Recientemente, el Congreso de Jalisco aprobó la despenalización del aborto, una decisión que ha generado un profundo debate en la sociedad. Este cambio legislativo, aunque justificado bajo la bandera de los derechos de la mujer, ignora un derecho fundamental: el derecho a la vida de quien aún no ha nacido.
Desde el punto de vista médico, el proceso de gestación no es simplemente una serie de etapas biológicas. La ciencia confirma que, desde el momento de la concepción, existe una nueva vida con un código genético único, distinto al de la madre y el padre. Este embrión, que en sus primeras semanas apenas mide unos milímetros, ya tiene un corazón que comienza a latir a los 22 días de gestación. Es difícil, entonces, no reconocerlo como una vida humana en desarrollo.
El aborto, desde el enfoque clínico, implica la interrupción deliberada de esta vida en formación. Diversos estudios han documentado cómo, a partir de las primeras semanas, el feto comienza a desarrollar sistemas neurológicos que le permiten, en cierta medida, responder a estímulos externos. En el primer trimestre, se ha comprobado que el feto puede reaccionar al dolor, un hecho que subraya que estamos ante un ser que experimenta la vida de una forma primaria, pero innegable.
Asimismo, la Organización Mundial de la Salud define el aborto como un procedimiento que, cuando no es realizado en las condiciones adecuadas, representa un riesgo significativo para la salud de la mujer. Sin embargo, lo que en muchas ocasiones no se menciona es que, aun bajo condiciones médicas óptimas, el aborto implica una carga física y emocional considerable. Numerosos estudios revelan que muchas mujeres experimentan problemas de salud mental después del procedimiento, un aspecto que frecuentemente queda fuera de la narrativa que defiende el “derecho a elegir”.
Al legitimar el aborto, el Congreso de Jalisco ha elegido un camino que plantea serias cuestiones éticas. ¿Es justo que la autonomía de una persona se afirme a costa de la vida de otra, que no tiene voz ni medios para defenderse? En este contexto, es importante recordar que, a lo largo de la historia, las sociedades han sido juzgadas por cómo tratan a sus miembros más vulnerables.
No se trata aquí de imponer creencias religiosas o de limitar la libertad de la mujer. Se trata de proteger una vida humana que, aunque pequeña y en desarrollo, merece las mismas oportunidades que cualquiera de nosotros.
La ciencia es clara: en el vientre de una mujer, hay una vida en desarrollo, un ser humano con potencial propio. Al reconocer y proteger esta vida, no solo afirmamos nuestro compromiso con la dignidad humana, sino que fortalecemos los valores que hacen de nuestra sociedad un espacio de respeto y justicia para todos, nacidos y por nacer.