Las lágrimas hacia el adiós del presidente

Jalisco /

Las lágrimas que han derramado el gobernador de Baja California Sur, Víctor Manuel Castro, y la gobernadora de Campeche, Layda Sansores, no son las primeras ni las últimas que veremos en la despedida de Andrés Manuel López Obrador. Para ellos, la culminación de su sexenio marca el fin de una era que consideran llena de logros, progreso, y buenas prácticas políticas. Para estos fieles defensores de la llamada "Cuarta Transformación", la ausencia del primer mandatario federal dejará un vacío profundo, pero también un legado que, según ellos, ha sembrado las semillas de un futuro próspero para México.

Es probable que estas escenas de afecto se repitan en los próximos meses, con más gobernadores, alcaldes, diputados, y senadores afines a Morena demostrando públicamente su dolor por la partida de su líder supremo.

Por un lado, están los que lloran por conveniencia, conscientes de que estas demostraciones públicas de lealtad son bien vistas por el presidente saliente y por quienes aspiran a continuar su legado. Estas son, en esencia, lágrimas de cocodrilo, útiles en un juego político donde las emociones se convierten en herramientas para consolidar el poder.

Por otro lado, y con un dolor mucho más genuino, hay otro sector de la población que también llora, pero por razones muy distintas. Son las madres y padres que se quedaron sin medicamentos para sus hijos con cáncer, los pacientes que nunca vieron la prometida transformación del sistema de salud al estilo danés, y las familias que, tras sufrir un desastre natural, encontraron en ruinas no solo sus hogares, sino también el Fondo de Desastres Naturales (Fonden), desaparecido en aras de una austeridad republicana.

Este otro llanto es de impotencia, de frustración, de sentirse abandonados por un gobierno que prometió tanto y entregó tan poco a quienes más lo necesitaban. Para ellos, la partida de López Obrador no es el fin de una era de progreso, sino el cierre de un sexenio marcado por promesas incumplidas, recortes dolorosos y una gestión que dejó mucho que desear en áreas de suma importancia para el bienestar de millones de mexicanos.

Así, al acercarse el final de este sexenio, las lágrimas corren por distintos caminos: unas, llenas de fervor y agradecimiento, y otras, cargadas de decepción y rabia.

En los libros de historia, López Obrador será recordado como un héroe por unos y un villano por otros. Pero en el presente, lo que queda es una nación dividida entre quienes aplauden su legado y quienes se sienten traicionados por un gobierno que les prometió un cambio que nunca llegó.

  • Rubén Iñiguez
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