El leopardo es misógino y carnívoro. Devora a sus víctimas. Ellas no se engañan. Lo buscan. El objeto de deseo carece de apetito. La belleza física es mortal.
Soledad humilde. Tierna y empuñada disposición a la amistad callejera. Inmersión en la carencia de educación formal. Libre de la estupidez del sistema con porciones de una miope consigna según la cual la violencia puede ser ejercida solamente por quienes persiguen a los delincuentes.
El Gatopardo como título empobrece. Mejor el original The Leopard. Si debe encarnarse un puente para despertar el talento audaz a modo de convertirlo en herramienta entre el mundo en decadencia de la aristocracia o de la burguesía y vincular su soberanía simbólica con el futuro, ahí está el insoportable poder viril de lo antiético y delincuencial. Hay que confiar la misión no a Tancredi, príncipe de Falconeri, sino al monumento monstruoso de casualidades entre la genética y el coraje talentoso de Alain Delon.
Heterosexual y binario. Viril y colmado de atractivos para la femineidad de la posguerra y de la posterioridad a la derrota francesa en Indochina. Estrella mientras los estadunidenses invaden Vietnam. Políticamente incorrecto en una actualidad a disgusto con las tentaciones privadas y públicas convertidas en delitos como la moderna violencia de reivindicar la pena de muerte.
Una leyenda finita de amoríos públicos con estrellas de la pantalla europea y acercamientos privados, perseguidos por la prensa internacional con modelos, empresarias, mujeres delincuentes, así como otras malévolas y seductoras bellezas igualmente felinas y carnívoras.
La pisada desenfadada y casual del felino de ojos azules-grises va en su libertad a las llanuras de su antojo sobrio.
A diferencia de la fiera silvestre, las presas se acercan. Nunca acosó a nadie o escapó 88 años a las acusaciones. El vacío abismal mencionado por Brigitte Bardot ante su muerte era anticipada al ingreso a la sala de filmación y luego del retiro sigiloso del “monumento francés” reconocido por el presidente Emmanuel Macron. Un animal solamente comparable a James Dean o Rodolfo Valentino. Ni Hollywood pudo convertirlo, es decir, domesticarlo.
El aura oscura del leopardo desde sus 14 años. Sus demonios se enredaron con misoginia, violencia, intolerancia ante las diferencias, racismo y cercanía “con el roce de mis dedos” a la delincuencia organizada romantizada como mafia cinematográfica.
Respetuoso de Francois Mitterrand. Amigo del ultraderechista Jean-Marie Le Pen. Lo fue de María Félix en la rara coincidencia de la muerte de su hijo Enrique, coetáneo de Delon, a los 62 años. Era una de sus visitas a México.
Gran amigo de los animales, deseaba la eutanasia para Loubo, su pastor belga. Para evitarle la tristeza en la realista asunción del dolor ante la ausencia del padre-amo. Perdió post mortem la polémica ante una sociedad políticamente correcta con escasos espacios para otros animales.
Como el leopardo.