El dedo índice infantil apuntaba a unas mujeres que tocaban con tambores y se apoyaban unas a otras, sobre los hombros de ellas mismas, para alzarse y gritar “¡ni una más, somos todas”, mientras avanzaban lento sobre avenida De la República, rodeando el Monumento a la Revolución Mexicana, en la Ciudad de México. Era 8 de marzo de 2020, y la pequeña, vestida de morado, de unos 9 años de edad, no dejaba de sonreír y señalar a su madre cada imagen que le provocaba sorpresa.
Yo la veía entre la multitud, haciendo un zoom en sus expresiones porque sabía que lo que estaba viviendo la marcarían los años posteriores. Cada imagen disruptiva, cada movimiento de coreografías de las mujeres, cada alto para cantar todas juntas dentro de un mar en el que éramos miles y miles, le despertaba atención.
El poder de las imágenes resulta para la apreciación humana un potencializador de emociones, que a su vez genera despertares de conciencias.
Y es en ello donde me quisiera detener: el mensaje que transmiten las imágenes importa.
Este viernes por la tarde y sábado se viralizaron las fotografías aéreas que muestran un Palacio Nacional protegido por unas grandes vallas, que más bien son un muro.
El discurso oficial, desde el mismo Palacio, es que es un “muro de paz”. Pero la percepción desde la interpretación de la imagen –sin tomar en cuenta las críticas de la oposición política, que tampoco fue la más feminista cuando estuvo en el poder–, es que es un muro que protege intereses, que se cierra la realidad, y que se cierra a las demandas.
Hace un año vimos lo que nunca: niñas de 8, 9, 10 años acompañadas de sus madres y sus tías y sus abuelas. Caminando en paz, marchando y cantando consignas en pro de la igualdad de género, la equidad y la justicia por todo el país.
Hace un año, la fuerza de las miles que salimos a marchar pareció un himno único que logró con su energía hacer retumbar mentalidades, proyectos y discursos de las próximas generaciones.
Pero hoy, esas generaciones de niñas y adolescentes, y jóvenes, emocionadas por dar pasos adelante en la agenda feminista se enfrentan, desde antes de que quizás salgan a las calles, o no, por el tiempo de pandemia, a la imagen viralizada del Palacio Nacional, la casa donde vive el presidente Andrés Manuel López Obrador, amurallada contra ellas.
En 2018, cuando tomó el poder, este mismo Presidente abrió Los Pinos, históricamente residencia de los mandatarios nacionales, para que “el pueblo” la hiciera suya, y acudiera como museo y espacio de recreación. Y él se resguardó en Palacio Nacional como su lugar de estadía.
Pero mientras abrió Los Pinos, el Palacio ahora es una fortaleza que, en las imágenes previas al Día de la Mujer, parece los oídos sordos de una monarquía al estilo los Romanov en Rusia, que se aisló y protegió con su Ejército y vallas previo a la caída del imperio en la revolución sin escuchar las demandas de pobreza de ese país. Así parecen cerrarse los oídos ante las peticiones de mejores políticas públicas que protejan a las mujeres de los maltratos y feminicidios; a estrategias que bajen los índices de impunidad; a eficiencia gubernamental y de justicia que garantice que no habrá más generaciones de niñas abusadas y asesinadas porque es algo que se puede hacer sin consecuencias.
"Los chicos en las calles corren y gritan que no tienen pan, eso es tan solo para agitar”, expresaban en una carta los Romanov en 1917 –registrada por historiadores– para explicar la revuelta que no entendían, y ante la que se mantenían amurallados.
Lo cierto es que, desde la Muralla China, el Muro de Berlín, el de Trump… un muro no ha representado un indicio de conciliación o resultado de paz y apertura.
Determinar el origen etimológico del término muro nos lleva hasta el latín. Y es que deriva de la palabra “murus”, que puede traducirse como “pared exterior”. Un muro es una construcción que permite dividir o delimitar un espacio.
Las imágenes importan, insisto. Y, además, vivimos en un mundo digital comandado por ellas.
“La imagen se destaca sobre el texto por su vínculo inmediato con lo sensible… silenciosamente nos penetra y nos llena de contenido aunque intentemos negarla a posteriori. Se inserta en la subjetividad como un disparo, como una flecha, como un dardo que nos ha sido lanzado”, señala el académico en el tema Álvaro Gasperín.
La pequeña que apuntaba con su dedo emocionada, en la marcha de hace un año, quizás no podrá salir a las calles dada las circunstancias sanitarias, pero sí verá en redes sociales y en la televisión la imagen de un Palacio Nacional que parece haberse cerrado a las demandas, a las peticiones de justicia para las mujeres violentadas; al grito unánime que exige un país más igualitario, mas despierto, más abierto, más sensible y mas eficiente ante esto que a la mitad de la población nos carcome el alma: la desigualdad e inequidad entre los géneros.
*Felicidades a todas las mujeres este 8 de Marzo
*SANDRA ROMANDÍA es periodista de investigación. Coautora de Narco CDMX (2019) Grijalbo; y Los 12 Mexicanos más pobres (2016) Planeta y ganadora de la beca María Moors Cabot, de la Universidad de Columbia