Ya pasaron casi siete meses de la tragedia en el Colegio Americano del Noreste cuando un jovencito le disparó a su maestra y compañeros para cambiarle para siempre la vida a los regiomontanos. Mmn, me corrijo, ¿a todos los regios o a unos pocos? Porque esa “vida” que siempre mencionamos suele seguir su curso y los únicos que quedan ligados a los sucesos trágicos son aquellos que los sufrieron con sangre.
“Ni una llamada ni nada”, “al menos esperábamos un gesto de la directora”, “a los padres de los alumnos siempre los tuvieron informados, pero nosotros quedábamos al margen”. Y otro sinfín de frases que el padre y madre de la maestra Cecy Solís me dijeron el viernes.
Les pregunté por las soluciones legales y a pesar de mantenerse muy “educados”; fueron directos para describirme que la escuela los ha dejado en el olvido. De un seguro de vida que su hija habría firmado no recibieron un peso. Además, su otra hija también trabajaba en el colegio y renunció porque se sintió rechazada.
“¿Cómo? ¿No la apoyaron?”. “Ella y su hermana eran inseparables y luego que murió continuó en la escuela, pero le cambiaron las actividades y se sintió relegada. Se deprimió y renunció”.
¿Por qué tratarlos así? Es la interrogante que queda en el aire. ¿Será su forma de olvidar lo ocurrido? Pregunta tonta ante una tragedia que necesita cerrarse de la mejor manera y no de forma tan negligente.
Antes que la asesinaran, la maestra Cecy soñaba con renovarle la casita a sus padres y que a sus hermanos no les faltara nada. Hoy, luego de que el monstruo mediático se retirara; sus papás tienen la mitad de su casa mejorada gracias a aportes voluntarios, pero falta el resto, porque toda la ayuda desapareció. Su hermana sigue desempleada y el Colegio Americano del Noreste se hace el tonto esperando que el tiempo borre una cicatriz imposible de ocultar y que los papás de Cecy sigan prefiriendo no remover aún más dolor.
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