En la antigua Roma, el Cursus Honorum o camino de honores, se traducía como la sucesión de todos los cargos políticos que podían ocupar los hombres -y solo los hombres- de rango senatorial en la antigua Roma. Esta carrera senatorial estaba pensada para que los elegidos adquirieran gradualmente experiencia en distintas responsabilidades del gobierno.
En los primeros años de la República romana, los requisitos para esos elegidos eran tan laxos como excluyentes. En efecto, no sólo las mujeres estaban excluidas de esta carrera senatorial, sino también los esclavos, los libertos, en algunos casos los plebeyos y todo aquel que no forma parte de la nobleza. Quinto Tulio Cicerón nos dejó la información precisa de cuáles eran algunos de los cargos a los que se podía acceder: en el año 65 a.c. fue edil, luego fue pretor en el 62, propetor del 61 al 59. Estos cargos los ocupó en la provincia de Asia. Luego fue legado en tres ocasiones. En el año 64 se presentó a las elecciones consulares.
Ya en la Roma de la última centuria antes de la era cristiana se ve que los cargos, aunque reservados para algunos pocos, se concursaban y, principalmente, se llevaba a cabo una carrera senatorial o política, como también había carrera judicial, o como después hubo una carrera magisterial. Durante cientos de años -miles, inclusive, - se privilegia los méritos, las capacidades y la preparación, más allá de contar con un papel y un mínimo de calificación para ocupar algún cargo.
Antes de iniciar en el cursus honorum el primer paso que requería preparación era el vigintivirato, que era un conjunto de 20 cargos agrupados en tres áreas: justicia, moneda y mantenimiento de obra pública. Estos cargos aún no eran de cargo senatorial y estaban más bien al servicio de magistrados de mayor rango. Una magistratura era una posición privilegiada desde la cual salían todas las iniciativas políticas relacionadas con temas administrativos y políticos de la Ciudad. En la época de la República, el lugar del rey fue ocupado por dos magistrados a los que se llamó pretores y luego cónsules. Y aquí empieza lo interesante.
Un pretor era el título concedido a un hombre que actuaba en una de dos capacidades oficiales: el comandante de un ejército y/o un magistrado elegido para desempeñar diversas funciones. El pretor juzgaba y ejercía su autoridad de administrar la justicia, pero en tanto ejercía la función como magistrado, el pretor se alineaba inmediatamente bajo el cónsul. El cónsul era un cargo anual y colegiado; se elegían dos cargos anuales entre los hombres ciudadanos romanos mayores de cuarenta y dos años. El cónsul era más cercano a un legislador actual que a un cónsul moderno: de su cargo emanaban las leyes, pero también ejercía las funciones del ejecutivo moderno.
La fascinante historia de Roma en la época de la República nos revela muchos procedimientos que, a lo largo de más de dos mil años, fueron modificándose y avanzando para garantizar muchos derechos que, con el tiempo, fueron reconociéndose en nuestra República. También nos revela la existencia de carrera judiciales -casi como hoy se entiende- así como la carrera política para el Senado.
El caso de los atenienses era distinto y en otra entrega escribiré sobre cómo usaban el método del sorteo los griegos en la época de Platón y de Aristóteles. Mientras, la pregunta que quizá debamos de hacer es qué tanto estamos retrocediendo en procedimientos, carreras judiciales y magisteriales, políticas y económicas, si en México dejará de requerirse la especialización en áreas e instituciones en las que la especialización es fundamental para la justicia, la enseñanza e, incluso, para la política pese al nivel tan bajo en el que se encuentra actualmente. Eso que los romanos llamaron cursus honorum hace más de dos mil años, hoy ya no tiene razón de ser en un México con las reformas que se están llevando a cabo.