En abril de este año, la Relatora Especial para la Libertad de Religión, Nazila Ghanea, presentó al Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, el Informe anual en el que examina las múltiples formas que adopta el odio, sus distintas implicaciones jurídicas y el modo que afecta individual y colectivamente a las personas.
En el Informe sobre odio por motivos de religión se establece la hipótesis siguiente: “La exposición al discurso de odio puede ser la causa directa de que los miembros del grupo afectado sufran daño psicológico, que es una forma de malestar psíquico”. Esta afirmación se desprende de distintas investigaciones hechas por múltiples instituciones -incluida Naciones Unidas-. A gran escala, ese daño se traduce en un problema de salud pública que el Estado pudo evitar atacando el discurso de odio bajo el espectro de los derechos humanos. El Informe, además, lanza algunos nuevos conceptos: la relación entre discriminación percibida, la sobrecarga alostática y un mayor riesgo de mortalidad temprana.
Un punto central del Informe es que retoma la relación causal entre discurso de odio y su afectación a la dignidad humana. A mayor discurso de odio, mayor es la deshumanización de la persona y mayor es la destrucción de la dignidad humana. Esta deshumanización es crucial identificarla para poder atacar las distintas formas que empoderan los medios de comunicación y las redes sociales contra un grupo en particular y que se materializan en un discurso de odio que estigmatiza a las personas.
Lamentablemente, el odio por motivos religiosos se amalgama con otras formas de discriminación y con otros odios por otros motivos, haciendo mucho más complejo su identificación. “Por tanto, el odio motivado por razones de religión o de creencias se instrumentaliza de modo deliberado y se conjuga de manera retorcida y artificiosa con otras manifestaciones de odio. No es fácil, por lo tanto, discernir las distintas formas que puede tomar el odio hacia una comunidad.
Esto sucede porque las estructuras sociales, culturales, políticas, jurídicas y hasta económicas se crearon en tiempos en el que el “otro” ni existía ni tenía derechos. En efecto, la cultura, por ejemplo, es utilizada a veces por los gobiernos para promover algunas prácticas religiosas de la iglesia mayoritaria, pero esa práctica religiosa se mimetizó con la cultura para que ahora, desde la cultura, se promueva una creencia de un grupo en particular. Esto no sólo es violatorio de los derechos humanos sino perverso para aquel que no comparte ciertas creencias.
Y algo fundamental que quiero citar del informe. En las páginas del documento se citan a modo de ejemplo, algunas formas del discurso de odio. Las transcribo textualmente: “… se puede citar la propagación de teorías conspirativas, mitos y estereotipos, el negacionismo del Holocausto o de otras atrocidades históricas, la atribución a minorías religiosas o de creencias de la responsabilidad por las acciones de quienes se perciben como sus “pares” en otros lugares, el uso de un lenguaje tendencioso o discriminatorio por parte de figuras públicas en foros de gran difusión o propios de la cultura popular, la calificación generalizada de los miembros de minorías religiosas o de creencias como “blasfemos” o “apóstatas” y la cobertura mediática tendenciosa”.
Sobre ésta última, sobre la cobertura mediática tendenciosa, escribiré la semana que entra.