En la barra de una cafetería nacional o transnacional un café americano puede costar más de 50 pesos y un capuchino frío más de 100; pero para el productor, por esa misma taza, apenas van unos centavos. Esa es la dimensión de la brecha que enfrentan quienes sostienen la cafeticultura en México.
Y, aún así, hay que decirlo con claridad: la industria, el procesamiento y la comercialización también cumplen un papel indispensable. La cadena completa sostiene economías locales, empleos, comercios, servicios y comunidades enteras.
Reconocer esa aportación no se contrapone con exigir que el productor reciba un trato más justo; al contrario, una cadena equilibrada beneficia a todos.
Detrás de cada grano hay trabajo, historia y muchos eslabones que empiezan en el campo, donde más de 500 mil personas siembran, cuidan, cosechan y cargan costales para que millones podamos tomar café todos los días.
Es un esfuerzo que pocas veces se reconoce y que, durante años, ha operado en un mercado poco ordenado y con políticas públicas aisladas.
Por eso la Ley de Desarrollo Sustentable de la Cafeticultura que aprobó ayer la Cámara de Diputados importa, e importa mucho: porque responde a una demanda legítima de quienes producen.
Pide lo básico: reglas claras, precios justos, cadenas más ordenadas y capacidades que permitan avanzar hacia mayor calidad y mayor valor agregado, como el café de especialidad y el café orgánico.
La cafeticultura no termina en la parcela; llega hasta la taza que disfrutamos. Entender esa complejidad no es romantizar: es comprender que producir café en México no puede ni debe ser sinónimo de incertidumbre, carencias o abandono.
La ley envía un mensaje de dignidad. La cafeticultura, así como la agricultura, la ganadería, la pesca y la acuicultura, merecen lo mismo: trato justo, certidumbre y políticas que fomenten producción y competitividad.
Merecen un mejor futuro y una política agropecuaria seria y responsable.
Esta ley no resuelve todo, pero sí sienta las bases para atender las problemáticas y caminar hacia un mejor futuro.
Si podemos empezar por el café, podemos seguir por todo el campo mexicano. Ese es el verdadero desafío y también la verdadera oportunidad.
Hoy, al tomarnos esa taza de café, brindemos por quienes la hacen posible, del cafetal a nuestras mesas.