Aunque casi nunca la reconocemos, todos los días su presencia determina nuestro quehacer. Desde la aspirina hasta la nanotecnología o las redes sociales, el conocimiento científico y sus aplicaciones moldean al mundo. Sin la ciencia, las sociedades humanas serían radicalmente diferentes.
Y sucede que, sin darnos cuenta, estamos en medio de una de esas grandes revoluciones basadas en el conocimiento que están cambiando los modos de producir y de relacionarnos. La transformación será quizá más profunda que la revolución industrial. En México, en menos de dos décadas muchas de las ventajas competitivas del país habrán quedado en la bandeja del olvido. Las industrias manufactureras se robotizarán y solo sobrevivirán quienes hayan sido capaces de adaptarse a las nuevas tecnologías.
México tiene una ventana de oportunidad, que pasará rápidamente, para tomar ventaja de este enorme cambio. Tenemos sectores que, con las condiciones adecuadas, pueden dar un gran salto hacia adelante. Menciono solo como ejemplos la biotecnología, las ciencias de la información o los materiales avanzados. La experiencia internacional muestra que esto es posible a condición de tener un horizonte de largo plazo que cuente con una inversión suficiente y sostenible.
Hace algunas semanas el Senado recibió dos iniciativas relevantes. La primera fue promovida por el senador Juan Carlos Romero Hicks (PAN) y apoyada por 76 legisladores de todos los partidos. La propuesta más significativa es reformar el artículo 3 de la Constitución para consagrar el derecho de toda persona a gozar de los beneficios del progreso científico. Además, constitucionaliza la obligación del Estado de impulsar el Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología, de manera conjunta con los sectores académico y privado.
Por su parte, el presidente Enrique Peña Nieto envió una iniciativa de reformas a la Ley de Ciencia y Tecnología. Esencialmente se propone que —siguiendo el modelo de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, adoptada por la ONU— el país cuente con una política pública de largo plazo en materia de ciencia, tecnología e innovación. Esta visión debe identificar los grandes objetivos del Estado en la materia para orientar y evaluar las acciones que deben desplegarse durante las próximas dos décadas.
Para permitir la hechura, despliegue y evaluación de esta política, la iniciativa plantea un conjunto de modificaciones institucionales al Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología, el Conacyt, los Centros Públicos de Investigación y el Foro Consultivo Científico y Tecnológico, así como una reestructura a los fondos de investigación. Se trata de alinear la acción de las instituciones con el horizonte de planeación y las herramientas de la política, en particular los instrumentos de financiamiento.
Hay dos planteamientos que pueden parecer problemáticos. La primera es la legitimidad de una visión de largo plazo que puede poner en duda la capacidad de los gobiernos en turno para definir sus prioridades. En realidad, se trata de una visión que sería el resultado de un esfuerzo de concertación entre gobierno (federal y estatales), academia y empresas que no está escrita en piedra —pues el entorno cambia vertiginosamente— y que puede adaptarse en los programas específicos que despliegue cada gobierno. La creación de sectores de punta requiere de inversiones sostenidas por varias décadas.
Otra crítica está en la dimensión económica. A pesar de los avances que se lograron durante los primeros años del gobierno de Peña Nieto, aún estamos lejos de alcanzar los niveles de inversión pública y privada que requiere el país. Por ello resulta indispensable tener un horizonte de largo aliento.
Hay otras propuestas menos venturosas. El diputado Christian Alejandro Carrillo (PAN) presentó, con información incompleta y sesgada, una reforma a la ley que puede dar al traste con el programa de posgrados de calidad con estudiantes de tiempo completo. Ojalá el Congreso pueda evitar las ocurrencias de último minuto y sea capaz de actuar responsable y rápidamente para votar las iniciativas. Con ellas tendremos mejores condiciones para avanzar en la dirección que necesitamos.
*Director e investigador del CIDE