En La península de las casas vacías (Siruela, 2024), David Uclés narra la Guerra Civil española (1936-39). No lo hace como historiador, sino como novelista, centrando el relato en una familia campesina de un pequeño pueblo andaluz de la provincia de Jaén, para después abrirlo a voces múltiples y escenas breves —a veces con toques de realismo mágico— que muestran los efectos que trajo la guerra: la devastación de pueblos y ciudades, la ruptura de los vínculos más cercanos y una violencia que deshumaniza y arrasa con la vida cotidiana.
El libro recuerda algo elemental y perturbador: la violencia no aparece de la nada. Se va incubando en la deshumanización del otro, en la imposibilidad de escucharlo, en el resentimiento y en la certeza de que ya no hay nada de qué hablar. Entonces, todo se vale.
La lectura, fascinante y perturbadora, resuena incómodamente con nuestro presente. El mundo vive una polarización creciente, con discursos absolutos que anuncian la aniquilación del contrario, trincheras políticas y morales que no admiten puntos de interrogación. México no es la excepción. La conversación pública se ha llenado de descalificación, acusaciones, dogmas e incluso de un agrio cinismo. Se discute menos para entender y más para vencer. Y cuando el adversario deja de ser interlocutor y se convierte en enemigo, el riesgo es evidente.
No se trata de negar los conflictos reales ni de romantizar el consenso. El desacuerdo es propio de la democracia y la tolerancia una de sus virtudes, pues obliga a reconocer la pluralidad. Pero una sociedad que renuncia a conversar, que normaliza la violencia real y simbólica, que trivializa la corrupción y descalifica sin admitir réplica, va cerrando puertas que después resulta difícil volver a abrir.
Cerramos el año. La invitación es a una reflexión urgente: para enfrentar la violencia, la corrupción y el dogma que dominan el espacio público, necesitamos sentarnos otra vez a conversar. Escuchar para entender, criticar sin anular, disentir con respeto. No es ingenuidad; es una condición para mantener la paz. Cuando las puertas de la violencia se abren, no hay razones que la detengan y la danza de los horrores se desata.
La novela de Uclés es una advertencia literaria. Le llevó quince años reconstruir los rostros y las historias que se perdían detrás de los calificativos —rojos, nacionales, traidores, enemigos—. No es una explicación ideológica de la guerra ni una repartición de culpas: son historias de personas y familias que se rompen cuando impera la violencia.
Ojalá sepamos entender que debemos detener ahora la violencia —verbal y física— que nos inunda. Les deseo a todas y todos los lectores de MILENIO un venturoso y productivo 2026. Que haya paz.