Refundar la nación

Ciudad de México /

La 4T es un movimiento que rompe, transforma y refunda. Rompe con las políticas neoliberales, transforma dando prioridad a los pobres y eliminando la corrupción y los privilegios; finalmente refunda a la Nación, tal y como sucedió con sus antecesoras, las otras grandes revoluciones de la historia del país: independencia, reforma y revolución. Esta es su narrativa y su credo. 

El presidente López Obrador aprendió que para consolidar su proyecto de transformación era necesario reformar a fondo la Constitución, y con ello generar las nuevas reglas de acceso, ejercicio y control del poder. Que nadie se llame a engaño. Lo dijo muchas veces y en varios tonos y formas. Aún más, abrió las cartas y envió 18 iniciativas de reforma constitucional al Congreso y pidió expresamente el respaldo de los electores para que crearan las condiciones que permitieran su aprobación. Por eso, la elección del 2 de junio era también un plebiscito sobre el futuro de la Nación.

Las urnas hablaron. Más de 33 millones de personas expresaron su voluntad de completar el proyecto de Nación de la 4T, que Claudia Sheinbaum abrazó y promovió durante su campaña. 

Hoy vivimos una nueva realidad política que implica una redistribución radical del poder. Creo que, desde septiembre, la maquinaria legislativa se echará a andar para que estas reformas se aprueben y modifiquen la arquitectura constitucional.

Así, entre otros temas, se refundarán todos los poderes judiciales del país para elegir a los jueces, se modificarán las reglas de representación en el Congreso para asegurar el predominio del partido dominante y desaparecerán los contrapesos que significaban los organismos con autonomía constitucional, todo en beneficio de una conducción del país desde la Presidencia.

Existen muchas razones que explican el racional de los electores. Destaco tres. El profundo desencanto con la democracia, la crisis de legitimidad de los partidos políticos tradicionales, y una indiferencia profunda con las implicaciones de la modificación del sistema de pesos y contrapesos. La pedagogía de la democracia falló y la sustituye un pragmatismo que busca presidentes fuertes como solución mágica a los problemas.

Es todavía tiempo de recordar que un poder sin controles ha sido y es una mala idea. Que una democracia jerárquica que otorga al líder electo amplias facultades para interpretar la voluntad popular es una trampa que acaba generando deformaciones que afectan los derechos y la libertad. Por eso, si ya es inevitable lo que vendrá, aún tenemos tiempo de innovar en el diseño institucional para crear condiciones que impidan su transformación en autoritarismo o algo peor.

PD. Mi reconocimiento al INE y a los miles de ciudadanos que, una vez más, hicieron posible unas elecciones que, a pesar de los pesares, fueron ejemplares. Aun así, me temo que el INE que conocemos desaparecerá.


  • Sergio López Ayllón
  • Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores / Escribe cada 15 días (miércoles) su columna Entresijos del Derecho
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