En su cruzada contra los organismos autónomos, el presidente López Obrador ha dicho que son instituciones costosas que solo han servido a la simulación. En particular, el INAI habría sido creado para “aparentar” que hay transparencia.
Estas afirmaciones ponen en cuestión un conjunto de instituciones que, al menos desde 2002, se han venido construyendo en todo el país a contrapelo de los poderes. Y que han contribuido a sembrar una cultura política en la cual la información es un bien público y no un patrimonio de políticos y funcionarios.
Creado por la primera ley de acceso a la información de 2002, el entonces IFAI abrió brecha en lo que era más un ideal que una realidad administrativa. Tras muchos años de picar piedra, ese instituto fue creando rutinas, lenguaje y procedimientos que han generado un entorno distinto. Basta considerar la cantidad de información pública disponible hoy frente a lo que teníamos hace 20 años.
Hoy el INAI es un órgano que tiene una competencia constitucional nacional para garantizar el ejercicio de dos derechos: el acceso a la información y la protección de datos personales. Por eso resulta inverosímil que se piense que sus funciones podrían ser realizadas por una “oficina” de la Secretaría la Función Pública.
Esto no quiere decir que el INAI sea perfecto. Existen amplias ventanas de oportunidad para avanzar en la protección de los derechos y mejorar la eficacia y eficiencia de la labor del sistema nacional de transparencia. Pero eso no quiere decir que se pueda desechar una de las instituciones insignias de la democracia mexicana.
Para la memoria, conviene recordar que la relación entre el Presidente y la transparencia nunca ha sido fácil. Basta recordar que, como jefe de gobierno, López Obrador hizo todo lo que estuvo a su alcance para obstaculizar la instalación y funcionamiento de las instituciones de la transparencia en Ciudad de México. Fue hasta el gobierno de Alejandro Encinas que un cambio radical en el entendimiento político de ellas permitió construirlas.
Con el tiempo, el discurso presidencial ha incorporado a la transparencia como bandera de quien “nada tiene que ocultar”. Al mismo tiempo, se multiplican los ejemplos de opacidad en las solicitudes de información que se hacen al gobierno de la llamada 4T.
En el fondo, detrás de los dichos del Presidente se esconde un modo de entender y ejercer el poder. Él cree que basta la palabra para transformar. Hay quienes consideramos, en cambio, que los cambios profundos requieren de tiempo, perseverancia e instituciones; que la transparencia, en suma, no se obtiene en fast track. El Presidente ha puesto el tema en la mesa con una intención política y una deriva electoral inevitable. Entonces debatamos el tema en esa lógica. ¿Qué poder para qué país?
* Director e investigador del CIDE