Con una corona digna de un emperador, y un cetro en la mano derecha que le otorga el poder de mando y buen líder, estaba el duende Brucie viendo hacia el infinito en un óleo ubicado en la parte central del elegante comedor, en donde se encontraba toda la familia reunida, festejando llenos de algarabía las festividades propias de la época; de repente nadie se percató, pero Brucie se salió de la bella pintura, posándose en el hombro del joven de la familia. Le habló al oído y le sugirió: “debes concentrarte en tus estudios, mientras terminas tu carrera, al mismo tiempo empieza a construir tu futuro, haciendo relaciones interesantes que te puedan apoyar a impulsarlo y concretarlo”.
Después se fue con el padre de familia: “debes seguir adelante, potencializando y capitalizando lo que has hecho”.
Se descansó en el hombro de la mamá: “pon en practica tus talentos y pasiones, nunca es tarde”.
Después fue con la pequeña: “échale todas las ganas, te falta mucho, los estudios son la base de toda vida exitosa, más cuando los pongas en práctica”.
Saltó con el tío: “¿qué te pasa? Tienes 10 años haciendo planes y ¡nomás no! Escribe tu plan de vida con pluma fuente para que no se borre, el tiempo se está yendo”.
A la tía le dijo al oído: “vas bien, el negocio está dando frutos, no le aflojes”.
Al cuñado le sugirió ser más intenso “y ten más motivación en lo que haces, créetela tú mismo, si no nadie creerá en ti, tu esfuerzo no es suficiente”.
Al primo mayor: “ese puesto de dirección será tuyo, confía en ti mismo”.
A la tía le habló con voz más fuerte: “no culpes a los demás de tus propias acciones, enfócate y sigue tu sueño, pues no hay otra vida”.
Y al otro tío que se hace el desorientado le dijo: “ya nadie te cree, ubícate y ponte a trabajar”.
Al hermano mayor lo abrazó, diciéndole: “vas por buen camino, tu ciclo de vida va conforme a lo establecido, llevas una vida equilibrada”. A los abuelos les sugirió que dejen que la vida ajuste las posibilidades y necesidades de todos. _