La comunicación es de las más poderosas armas de la política, eso está claro. Para ser efectiva debe ir más allá de un asesor o cien; es fundamental además una estrategia, líneas discursivas, objetivos claros e incluso un plan basado en fases temporales de acuerdo con la meta a conseguir.
Esta suele ser la influencia en la opinión pública que, a través del tiempo, genera y arraiga percepción positiva sobre el personaje y sus políticas, además de "establecer la agenda”, ese efecto en el que todos los demás comunicantes terminan inmiscuidos, aún involuntariamente, en la estrategia del primero a través de la multiplicación del mensaje o de contradecirlo enfrascándose en debates que terminan ayudando a obtener el resultado que se proyectó en un principio.
¿Suena maquiavélico?, probablemente es porque Nicolás Maquiavelo ya abordaba este asunto en sus consejos al príncipe; pero aún desde antes, el general Sun Tzu de alguna manera también se lo recomendaba a su emperador: “Haz que los adversarios vean como extraordinario lo que es ordinario para ti; haz que vean como ordinario lo que es extraordinario para ti”, escribió.
En la política contemporánea de nuestro país, indiscutiblemente el Presidente López Obrador ha sido el ejemplo más notable de habilidad en el uso de esta herramienta para sus fines políticos personales.
Desde sus épocas de activista ganaba simpatías en papel de luchador victimizado por el gobierno (con fotos ensangrentado en un bloqueo a Pemex, en 1996).
Después, como jefe de gobierno de Ciudad de México fue fortaleciendo su autoridad en el micrófono al inaugurar "las mañaneras". Esa misma práctica de las ceremoniales conferencias de prensa ha sido su bastión en la brega política al mando de la República.
Pero alguna maldición parece tener Palacio Nacional que enloquece a muchos de quienes lo habitan. Ese púlpito desde el cual dicta su versión de la realidad nacional, gradualmente desde 2018 lo ha hecho caer en el abuso, en la burla flagrante a la legalidad y en la agresión a quienes él convierte en sus adversarios, lo sean o no.
Ahora, obsesionado por inscribirse en la historia de manera gloriosa y presionado por la sucesión presidencial, se ha cebado micrófono en mano contra la más visible opositora a sus planes transexenales. A través de la comunicación de la que se ha adueñado le ha dado por defenestrar cotidianamente a Xóchitl Gálvez en favor de sus "corcholatas", aspirantes de Morena a sucederlo.
Más allá de estar pisoteando las leyes (dando el mal ejemplo de que hay ingeniosas formas de eludirlas impunemente) y de incurrir en una insidiosa guerra sucia de difamación, el mandatario puede estar tocando terrenos quizá más peligrosos aún.
Como primera llamada, Gálvez fue agredida recientemente en Oaxaca por fanáticos de la 4T. Es algo muy grave si el Presidente no se ha percatado de los alcances de la comunicación de odio; si sí lo sabe y continúa con la sevicia, es todavía peor. Al tiempo.