El amor es una casa abandonada

  • Crónica
  • Susana Iglesias

Ciudad de México /

Fundamos nuestra amistad citándonos en un sitio de aire victoriano en la colonia Juárez brindando con té de cedrón. Ella me abrió sus cajones, su intimidad, aquellos diarios que nunca leí, me confió sus aguafuertes, el espejo de infancia con marco bañado en oro, las fotografías de sus padres. Dijo que en el gabinete de su cocina encontraría dos teteras, no lo sabe… en noches desesperadas puse botones de rosa, lavanda & toronjil en la de color mostaza. No revelaré su nombre porque el misterio de la ficción es más poderoso que la realidad. Vamos a llamarla Marietta Laureana Diener, así la nombré después de la tarde que salimos del Café Nin y nos metimos en el número 32 de la calle de Havre, la mansión Diener fue propiedad de Agustín Diener, un joyero de origen alemán que compró un terreno en esa zona en 1904, en aquellos días se llamaba la colonia Americana. En 1906 empezó la construcción de una impresionante casona de cuatro pisos, sótano, torre y buhardilla. Los Diener se fueron a vivir a las Lomas, otras personas ocuparon la casa, actualmente me parece que son oficinas. Ese día mientras bebiamos té le conté que sentía la necesidad de hablar con un ex amor adolescente suicidado, lo soñaba constantemente tras un duelo por alguien que me hizo soñar con un vestido de novia. Fue idea de Marietta hacer una sesión espiritista para hablar con él, así que entramos para decidir en qué sitio de la casona sería. No te puedo decir quién nos abrió, ni cuánto dinero costó. Por la noche volvimos ahí con el espejo de infancia, ella trabaja muy bien los espejos, mejor que el péndulo. Decidimos hacerla en el sótano. Me pidió usar el vestido de novia que me había regalado tras la cancelación de su boda. Ella se puso el velo, dividimos los aretes de brillantes, cada uno usó uno, caminamos por Reforma hasta llegar a la mansión Diener. Ya dentro, colocamos el espejo, ella se concentró, nos tomamos de las manos, después avanzó hacia el espejo: el amor es como una casa abandonada. Silencio…su voz diciendo: si estás aquí, manifiéstate, si estás aquí queremos escucharte. El sonido de vidrios rotos nos hizo temblar. Se escucharon murmullos en el corredor. Todo se tornó helado. En su trance alcanzó a murmurar: “tira mi chamarra de cuero, mi amor…no puedo volver”, ella no sabía que yo conservaba ese objeto. Salimos de ahí por la madrugada, tardamos horas en recuperarnos. Nuestra amistad a veces son largas ausencias físicas, mentalmente somos hermanas de alegrías, secretos, nostalgias. Nuestro corazón está unido. La vi levantar un jardín que sólo era maleza, convertir alcohol en té, remodelar personas en ruinas, traer un hijo hermoso como un león, amar a un hombre valiente que se ríe de la muerte, se casó con él tras una boda cancelada. El amor es una casa abandonada que se levanta con voluntad, lealtad, fiereza, magia. Nosotras un día nos convertiremos en fantasmas, continuaremos bebiendo té durante siglos en casas abandonadas.


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