Se acerca ese tenebroso momento de escoger una bici en San Pablo, ¿qué haré con mi obsesión por los taxis? Marina Nacional está imposible, nunca había programado una entrevista tan temprano, no puedo entender cómo llegan a tiempo a sus trabajos los millones de personas que entran a las 8 de la mañana en Ciudad de México colapsada por prisiones de metal con placas echando humo. Repaso en la cabeza su obra, las preguntas que le haré están anotadas en una libreta desde hace un par de semanas, más de 13 años esperando el momento de sentarme frente a ella sin más fondo que nuestras voces, lejos del noise y del humo, de los tubos de metal, de la botella de Bacardí. Visité el Gallery Weekend 2019 que ocurrió del 5 al 8 de septiembre. Soy ajena a ese ambiente pese a tener buenos amigos dedicados al arte. Los cocteles, una pesadilla, prefiero beber sola en mi casa o con una buena compañía. Para relajarme antes de ver obra, tragos en Rosetta. Más de 32 mil visitantes, más de 90 artistas, 40 galerías dispersas en 11 zonas de la ciudad: Roma, Escandón, San Miguel Chapultepec, Condesa, San Rafael, Lomas, Polanco, Santa María la Ribera, Júarez, San Ángel.
Un suicidio visitar las 40, tal vez solo un coleccionista es capaz de hacerlo. Visité 22, solo mencionaré las que me produjeron alguna emoción: Ladrón, Nina Menocal, Alterna, Plomo, Macolen, OMR, Salón Silicón, Páramo, Huber, Proyecto Paralelo, Terreno Baldío, Artbaena, Lagos. Antes de tocar el timbre de su estudio, me detengo, aprecio el silencio de la calle, repaso las últimas preguntas. Estoy nerviosa, admiro su obra: compleja y callejera. Abre, la fiereza de sus ojos no es impostada. Estamos bebiendo té en la cocina de su estudio, hablamos de mi perra situación actual, pronuncia palabras que logran tranquilizarme. Habla, su voz es ronca, no duda ni un momento, tiene la magia del que habla desde el interior, mirando al frente sin dudar, invocando el oráculo de su pasado te permite atravesar sus vivencias. Pia Camil no forjó su arte en los privilegios, lo forjó en la profunda observación de las calles, de lo marginal, de los verdaderos outsiders, tuvo contacto con presidiarios. No importa lo que puedan creer los seres de allá afuera, ni siquiera podrían tocarla las pobres suposiciones de cretinos y cretinas. Ella se ha ganado cada pieza. Desde niña fue una gran “vedora”, sus ojos son enormes, profundos, traspasan.
El taller de dibujo de Teresa Olabuenaga, una modelo desnuda en aquellas sesiones la sedujo, aquella seguridad, la fuerza espiritual y sexual de la modelo impactó fuertemente su visión interna, aquella magia con la que modelaba despertó algo en ella, ahí empezó a pasar todo aquello sin saberlo, ir al Centro con mi mamá marcó mi experiencia con las calles y las personas, también el asombroso montón de piedras de Templo Mayor, Palacio Nacional no me llamaba la atención. Lo único que quería hacer el resto de su vida en aquella época en la que uno debe decidir elegir una carrera era: dibujar. Ante la reducida y cuadrada opción de la Academia de San Carlos o la bohemia y jipi ENAP, afortunadamente, tuvo una revelación, irse, sin la pretensión que caracteriza al artista snob elaboró un portafolio que incluía foto, dibujo, joyería, bosquejos de vestuario. Nunca pensó en ser elegida, tan solo lanzó los dados, estaba en la lista de espera, todo se decidió en dos semanas, la llamaron. Cuatro años inolvidables, así define su estancia en una de las escuelas de arte más importante: Rhode Island School of Design.
Llegó al paraíso, rodeada de otros como ella, misfits, todos comprometidos con su arte, podíamos estar bebiendo en el taller de alguien hasta las 5 de la mañana, a las 6:30 todos estábamos en la clase de dibujo que duraba ocho horas. No existía ese sueño de la vida bohemia del artista inspirado por el mundo, existía una ética de trabajo impecable, una disciplina que desmitificó mis creencias acerca del arte, “dibuja la taza durante 8 o 10 horas”, su mejor amigo se llamaba Terry Powers, californiano de enormes ojos azules, un tipo educado con mexicanos. Se fue a Roma por un programa de la escuela de arte, le dieron un espacio: su taller, la vida era modesta, dormía en una cama diminuta, ahí conoció a alguien importante para ella, su profesor, un italiano: Ezio, conocía cada piedra y construcción de las calles de Roma, un archivo viviente, a través de sus ojos decidió: yo voy a estar en la calle todo el día, con mi cámara y mi cuaderno. Observando las piedras de Roma descubrió los fantasmas del subsuelo que la habitan. Los cuadernos de Pia se atascaron de todo lo que sus ojos miraban. Encontré mi propia manera de contar historias sin tener que chuparle los huevos al clasisismo. Rabia y desobediencia envuelven su obra. La conmueve un Caravaggio, no tuvo interés en imitarlo, compruébenlo y busquen las fotografías de su instalación “Bara, Bara, Bara”, ella tiene otra búsqueda, vi sus dibujos en el piso del estudio, investigué su pintura, nadie podrá decirle que no sabe agarrar un lápiz o trabajar óleo, nos vamos a reír de esa persona. Santa Lucía la deslumbró, esos ojos abiertos como platos inspiraron su obra.
El aburrido circuito misógino mexicano nunca la tomó en cuenta, por evidentes razones, hace más de 10 años ella hacía lo que ellos ahora intentan. Tiempo al tiempo, al Guggenheim sí le interesó su obra. Le pregunto por su calle emblemática del Centro, un estacionamiento de Vizcaínas en el que hizo una intervención, trabajó con un rotulista de nombre Rodolfo, en esa época la vi, ella no lo sabe, lo sabrá hoy. La apodaban El Joven, se sentaba en la mesa VIP del extinto Miroge, un table de Eje Central, con aquellos trajes sastre entallados, escote cardiaco, rodeada siempre de las putas más hermosas y los lenones más peligrosos que besaban su mano, era muy respetada, la única a la que le permitían tomar fotos en ese sitio. Ella tiene las piernas de Lucía en algún rollo o no, un día le preguntaré.
* Escritora. Autora de la novela Señorita Vodka (Tusquets)