El cumpleaños de cualquier persona se celebra en la fecha en que nació y no aquella cuando fue registrado oficialmente. Esta fue la respuesta de funcionarios del gobierno de Plutarco Elías Calles cuando revocaron una iniciativa de José Vasconcelos quien, en 1922 como secretario de Educación intentó sustituir el 16 de septiembre de 1810 por el 27 de septiembre de 1821 como la fecha real de la Independencia de México.
Vasconcelos tenía razón: del 16 de septiembre solo existen las crónicas del estallido de la revuelta insurgente encabezada por Hidalgo en tanto que del 27 de septiembre existe el acta de independencia firmada por Iturbide once años después. Si de festejar se trata, la historia oficial está en lo correcto al conmemorar el grito de Dolores como un símbolo victorioso de la patria porque después de ello la cruda realidad de la historia real deja evidencia clara de que Hidalgo, Allende, Morelos y todos los insurgentes que cada año vitoreamos en todas las plazas públicas de México (excepto Guerrero) fueron derrotados y hasta humillados por el ejército español.
Fue la habilidad política de Iturbide quien hizo posible la efectiva separación de México de la corona española. Estudió las condiciones y el momento adecuado para hacer alianzas, construyó el contexto y encausó el desenlace. Pero su ambición y su fracaso como gobernante lo enviaron al rincón de la deshonra.
Para sentirnos orgullosos de la Independencia, la historia que cuentan los gobiernos, prefieren a Hidalgo como mártir que a Iturbide como político, es una operación popular. Esta fábula nacional la alimentaron todos: Juárez, Maximiliano, Porfirio y no se diga los revolucionarios. Vasconcelos no logró más que burlas y simplezas.
Tomás Cano