Muchos políticos pragmáticos ya se dieron cuenta del comprometido desgaste de los partidos políticos, de todos y en todo el mundo. Buscan alternativas. En sus proyectos personales ya han imaginado dar el salto hacia aquella plataforma que los pueda impulsar hacia el siguiente cargo y otros idealizan con purificar su figura con el halo del independiente o ciudadano.
Se trata de la vieja dualidad entre el ser y el deber ser. Traducido a la prédica política es una puja entre la ambición y la convicción.
Llegar (al poder ) es importante pero solo es el principio. La forma de llegar podría no ser importante si el objetivo era solo llegar, generalmente a cualquier costo. Hasta ahí se cumple la ambición, cualidad sin la cual ningún político prospera. La segunda parte es la doctrina teórica de los partidos. Son los capítulos que muy pocos leen pero que contienen la verdadera identidad y el compromiso.
La esencia de los partidos es su propuesta ideológica pero habitualmente es ignorada por quienes alcanzaron el poder a sus costillas. El resultado es la promesa incumplida. El daño es frontal y es el Partido quien queda como deudor. Ha sido tanto el desgaste de los partidos por este motivo que su deuda parecería llegar al límite de ser impagable. La mala noticia para los políticos que saltan y cambian de color con facilidad es que los partidos, con todos sus defectos, son una de las cuatro patas que sostienen la mesa de la democracia. Son, a pesar de las críticas la expresión de los ciudadanos organizados por una causa importante. Reconstruir las bases de los partidos es una alternativa más honesta.
Tomás Cano Montúfar