En México vivimos el tiempo de los oportunistas políticos. Los vemos que manan –por desgracia—a borbotones. Los encontramos en todos los niveles, pero aquellos que saltaron hasta las altas esferas son, notoriamente, los más expuestos y señalados.
Oportunidad es una palabra que tiene las raíces latinas op que significa frente y portus interpretada como puerto. Es palabra creada por los navegantes del Mediterráneo a quienes la neblina les impedía ubicar el lugar idóneo para el desembarco. Por un instante el banco de niebla se abría y era el momento único para tocar tierra. ¡Opportuni! gritaba el capitán y ordenaba entrar. En idioma español el sufijo nismo significa la trivialización o abuso del vocablo original. Es decir, el oportunismo es el banalización de las oportunidades; en política el oportunista es, además, un egoísta y carente de ética.
Las redes sociales se han convertido en una amplia galería de políticos oportunistas. Personajes que antier fueron revolucionarios, neoliberales y hoy socialistas siempre con la misma sonrisa. A lo largo de su vida solo le ha interesado su posición, su egolatría. Su fuerte es la adulación al poder, quienquiera que lo represente. No les afecta las críticas. Son inmunes a las rechiflas y les acomoda cualquier camisa.
Por décadas al autobús del PRI se subieron cientos de oportunistas pues era la única vía de acceso al poder. Cuando el PAN llegó al poder en el año 2000 vimos las primeras transfiguraciones políticas. En su tercer intento por la Presidencia, López Obrador abrió el zaguán a los oportunistas; la miel del poder atrajo a miles para hacer de ese movimiento un carnaval que terminará por ser uno de sus venenos.
Tomás Cano