Tomemos al futbol de modelo para intentar explicar lo que sucede en nuestros días entre el poder político y la prensa. Los jugadores de la política están en una cancha en donde son observados por todos en el estadio. Cada jugada, es coreada o abucheada por la afición desde la tribuna. El palco de prensa siempre se ubica en el sitio con la mejor vista; desde ahí los cronistas narran el partido.
Desde que el equipo color guinda juega en el torneo político mexicano, su capitán, aquel jugador que debe guardar mesura de sus compañeros, se ha subido al palco de narradores para exigirles que cuenten una historia a su favor. Manotea y encara a los del micrófono; les reclama, les dice ciegos y vendidos.
El capitán de los guindamorenos levantó su propio palco en la tribuna de enfrente, con su porra y personalmente narra todas las mañanas su versión. Según su narrativa él va ganando el encuentro por goliza.
Cuando los periodistas cuentan que no ha caído un solo gol, el capitán de los guindas va a su pódium y declara que los goles ya no importan; luego empuja al árbitro y con los brazos en alto incita a la fanaticada para que le canten la clásico chacota de “…ulero! …ulero!”. El futbolista le pone apodos a todos los del equipo contrario; está impertinente, rompe todas las reglas, mete zancadillas y les dice a los cronistas que bajen de sus palcos y chuten hacia la portería de los adversarios.
Con tanto insulto los cronistas se olvidan del futbol. Narran los desaguisados y chapucerías que ahora prevalecen. Pero este juego político ha sido transmitido en tiempo real y todos, todos lo han observado.
Tomás Cano Montúfar