Francisco Villalobos, 'In vineam Domini'

  • Vesperal
  • Tomás de Híjar Ornelas

Ciudad de México /

A los dos días del año 102 de su nacimiento –su cumpleaños 101 fue el 1º de febrero del 2022–, dejó de existir en su domicilio particular en la capital de Coahuila el tapatío Francisco Raúl Villalobos Padilla, obispo emérito de Saltillo, decano de los mitrados de México y tal vez del mundo.

Una vida larga y plena que comenzó en 1921 y deja con gratísimos recuerdos para las muchas personas que tuvieron trato con un varón de un talante fuera de serie, especialmente desde dos trincheras, la del Seminario Conciliar de Guadalajara, del que fue Rector y la diócesis norteña aludida, que tuvo a su cargo de 1975 a 1999.

Fue el noveno de 13 hijos. Sus padres eran oriundos de la municipalidad alteña de Encarnación, ingresó al plantel levítico en 1938 y se distinguió en él siempre para bien y tuvo mentores de la talla de José Ruiz Medrano, Manuel de la Cueva y José Salazar López y a nadie extrañó que en 1947 se le enviara a cursar estudios superiores a la Universidad Gregoriana de Roma, los de Historia de la Iglesia. Allá lo ordenó presbítero, al lado de don Samuel Ruiz García, el obispo de Salto (Uruguay), don Alfredo Viola, en 1949.

Ya en Guadalajara se incorporó al cuadro de formadores del Seminario Conciliar y a la impartición de cátedras tan variadas como las de historia eclesiástica, liturgia y arte sacro.

También tuvo a su cargo la Academia Literaria de santa María de Guadalupe y san Juan de la Cruz y la dirección de la revista Apóstol.

Tomó las riendas de la institución en 1968 y las mantuvo hasta 1971, cuando se le eligió para servir como obispo auxiliar de Saltillo a don Luis Guízar y Barragán eligiendo como divisa de su escudo de armas la frase que usamos aquí de título y que en nuestra lengua se traduce como “[enviado] a la Viña del Señor”.

El medio siglo de presencia benéfica del tapatío en aquella capital lo resume Catón (Armando Fuentes Aguirre) en expresiones claras y sin regateos que muy pocos alcanzan: “Su sencillez, su don de gentes, su entrega absoluta a su misión le ganaron el respeto y aprecio no sólo de la grey católica, sino de los saltillenses todos”, a lo que nosotros sólo agregamos algo que también le fue propio, su refinado humanismo y por consiguiente, su amor a las letras, a las artes y a la cultura en su nivel más óptimo, el de ser bueno con todos.

Eso fue para Jalisco y Coahuila don Francisco Raúl y así lo recordarán siempre los que hoy, más que lamentar su deceso, agradecemos el don de una vida tan longeva, digna y edificante.

Tuvo el señor Villalobos el raro privilegio que conservar la mente en su sitio, la hombría de bien y el cariño de cuantos tuvieron con él relación alguna hasta el último instante de su vida, y en el mismo año en el que se cumplirán 50 de la muerte del VI Arzobispo de Guadalajara, el Cardenal don José Garibi Rivera, que lo fue de 1936 a 1969.

Con la muerte de don Francisco Raúl concluye una era de muy copiosos frutos para la sociedad mexicana luego de la persecución religiosa y que tuvo en don José un prototipo de gestión para el reencuentro social como representante de una de las dos instituciones que entre nosotros, cuando más debieron fortalecer el sentido comunitario y de pertenencia, más se vieron inmersas en la vorágine de los ímpetus, en el batidillo de las maquinaciones y en el intríngulis de la violencia.

Tomás de Híjar O.


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