Me parece que esta edición será más corta que las anteriores, pues se hablará de una luminaria que tuvo un corto periodo de vida, y sin embargo, estas palabras no serán suficientes para contemplar a la perfección el legado que dejó esta mujer en el mundo del cine.
En 1908, en Celaya, Guanajuato, nació Amparo Gutiérrez Hernández, mejor conocida como Adriana Lamar, y llamada cariñosamente como Monina, quien tuvo sus inicios en el séptimo arte a sus escasos 25 años de edad con las películas La Llorona (de hecho su primer filme) y Sagrario.
Su acierto en la escena cinematográfica, no sólo fue encontrar al hombre con el que se casaría, el también actor y además director mexicano Ramón Pereda; sino que también actuar en 34 películas reconocidas en México, de las cuales, unas de las más emblemáticas son: No matarás, El muerto murió, Viviré otra vez, Los olvidados de Dios, El barbero prodigioso y, por supuesto, Jesús de Nazareth. Y de hecho, en una de esas películas (Viviré otra vez) participó otra luminaria guanajuatense: Joaquín Pardavé.
Como mencioné anteriormente, la vida de esta talentosa mujer no duró mucho, pues en 1946, a sus 38 años de edad, la actriz enfermó mientras filmaba la película Rocambole, por lo que fue necesaria llevarla a atención médica, pero no sobrevivió a la intervención quirúrgica. Después de esto, fue difícil reponerse para su esposo y se retiró del cine por un tiempo.
Adriana Lamar fue una mujer que encontró en el arte del cine un segundo hogar, una vocación, un amante y la posibilidad de trascender, aunque sea un poco, en estas palabras.
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