Hace días, en una entrevista realizada para el Canal Once, Nadine Gasman, directora del INMUJERES, declaró que el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador es un gobierno feminista. Y, si bien muchas de las políticas públicas que ha impulsado el gobierno federal benefician a muchas mujeres mexicanas (sobre todo a las más pobres), la percepción de muchas de nosotras, incluso de quienes simpatizamos con la cuarta transformación y de quienes militamos en morena, es muy distinta (aunque esto pocas veces se diga en público por temor a ser señaladas). Claramente, el gobierno de Andrés Manuel es muy distinto a los otros. No hay punto de comparación con los sexenios de EPN y FECAL. Este gobierno prioriza el bienestar de las y los mexicanos por encima de todo, y se ha empeñado en cumplir con la promesa de que por el bien de todas y todos, primero los pobres. Pero eso no quiere decir que sea un gobierno que esté cumpliendo a cabalidad con una agenda feminista.
El gobierno no es sólo progresista, sino que, además, llegó respaldado por la propuesta de un gabinete paritario. Lo mismo sucede ahora en el senado y en la cámara de diputados y diputadas, con la legislatura de la paridad, lo que configura un panorama político distinto, con una visión prometedora sobre temas de urgencia nacional que están directamente relacionados con las mujeres, como la violencia de género, la violencia feminicida, la despenalización del aborto y el acceso a la interrupción legal del embarazo.
Pero la esperanza y promesa se han quedado en eso, sin transmutarse en hechos concretos. Celebro que por primera vez tengamos una secretaria de gobernación que se posicione a favor de la despenalización del aborto, pero lamento que, quienes acompañamos a las mujeres en su derecho a decidir, no podamos presumir hechos, más que discursos. Mientras desde el privilegio del poder se enuncia una nueva corrección política, el resto de las mujeres somos criminalizadas.
Necesitamos que el presidente entienda, que escuche y que deje de desestimar la violencia que vivimos las mujeres; que deje de creer que el movimiento feminista que inunda las calles es obra de la derecha. Porque, aunque la derecha ha querido colgarse de nuestras demandas, también estamos las feministas organizadas y movilizadas, indignadas por la violencia que pone en riesgo nuestras vidas, y necesitamos ser escuchadas.
El discurso anticorrupción no es suficiente para dar respuesta al gran problema de la violencia de género. Tampoco lo que ya se hace y que sabemos que se hace bien. Necesitamos una estrategia integral para combatir el problema de la violencia de género: que sea una prioridad urgente para el gobierno de la cuarta transformación. Porque, aunque haya muchas feministas en sus filas, eso no necesariamente significa que el presidente nos escuche, ni que se cumpla una agenda feminista. La paridad no garantiza la perspectiva de género y no significa que quienes se dicen feministas y hoy ocupan cargos de elección popular arriesguen su trayectoria política por defender nuestras demandas. Lo ideal sería seguir enunciado que la cuarta transformación será feminista o no será, no que el gobierno es auténticamente feminista, porque para ser un gobierno feminista ha quedado bastante a deber.