Dentro del movimiento feminista a nivel global hay un sinfín de prácticas políticas y experiencias que se conjugan dando lugar a diversas configuraciones: de eso se nutre el movimiento. México no es la excepción. Muchas de quienes hacemos política feminista teníamos otras expresiones, prácticas y espacios de participación antes de llegar al feminismo. La vía de llegada de muchas fueron, precisamente, otros movimientos sociales.
Desde que el presidente Andrés Manuel López Obrador tomó protesta, muchas de las mujeres que nos identificamos con el movimiento lopezobradorista, con el bloque de la transformación, que hacemos también política feminista, hemos sido señaladas por lo que el presidente hace y deja de hacer, por las acciones de su gobierno o las omisiones de éste, pero, sobre todo, por sus declaraciones. Se nos exige a nosotras y se nos reclama como si nosotras fuéramos las responsables de ello; nos echan en cara nuestra militancia en Morena, nuestra simpatía por un líder, nuestra pertenencia política. En muchos casos, estos ataques se vuelven violentos e infantilizadores, pues reducen nuestro criterio, como si no supiéramos lo que hacemos y no tuviéramos la capacidad de tomar decisiones por nosotras mismas.
Quienes nos encontramos en esa posición, la de ser feministas y hacer militancia en el lopezobradorismo o en Morena, nos sentimos acorraladas. Desde el movimiento feminista, se nos juzga e invalidan nuestro criterio. Mientras que, en el partido, los machos de izquierda nos atacan por impulsar nuestras agendas (a menudo señaladas de ser impertinentes tácticamente), por señalar aquello que no nos gusta, por señalar prácticas machistas y ocupar espacios dentro de Morena. Estamos en una posición muy complicada: tratamos de avanzar y contribuir a las causas que consideramos justas, pero se nos niega el reconocimiento en ambos espacios.
Señalar a las mujeres que hacemos militancia en el obradorismo y en el movimiento feminista es pretender borrar nuestra experiencia de vida, nuestra historia. Hay quienes primero fuimos conscientes de la pobreza y la desigualdad económica, que nos dolían más inmediatamente, mucho antes que de las opresiones de género, las que luego se dibujaron claras ante nosotras, y desde ahí, asumimos una postura crítica para señalar que somos las mujeres pobres quienes padecemos, aún más, las desigualdades. Eso era justo lo que señalaban las compañeras que impulsaron el feminismo popular en los años setenta: que gran parte del movimiento feminista negaba otros problemas sociales existentes, por lo tanto, otras opresiones, como la de clase y el componente racial. Por eso veían el feminismo como un movimiento elitista, en el que las mujeres que venían de los movimientos sociales, no se sentían incluidas.
No hay que caer en la trampa de sentirnos menos feministas por pertenecer a otros movimientos sociales, por nuestra militancia en el lopezobradorismo, ni tampoco pedir disculpas por ello. Las mujeres necesitamos hacer política feminista desde todos los espacios que ocupamos, y es preciso acceder al poder político para poder transformar la realidad. Debemos, por lo tanto, seguir construyendo desde la congruencia. El crecimiento y avance masivo del movimiento feminista depende de la incorporación de nuestras experiencias de vida, lo que implica, necesariamente, otras militancias contra la opresión.