Nací políticamente en el lopezobradorismo, en 2012, con apenas 16 años. Me afilié a morena en 2014, un día que Andrés (así le decimos quienes lo sentimos cercano) visitó la plaza de armas, en Torreón, Coahuila. Junto a un grupo de compañeras y compañeros, consolidamos al movimiento y partido en el municipio de Matamoros, en la zona conurbada de Torreón. Éramos todavía más jóvenes, algunos no llegaban a los veinte años, y nos unía una causa común: llevar a Andrés a la presidencia y demostrar que otra forma de hacer política es posible.
Así empezamos a formarnos políticamente, en pequeños círculos de debate que hacíamos en la cochera de uno de nosotros; nos organizábamos para repartir el periódico regeneración, casa por casa, ejido por ejido. Así fue como recorrí junto a mis compañeras y compañeros el municipio y varios otros aledaños. Me empapé de la realidad, muchas veces dolorosa, de las personas de mi municipio, de mi comunidad, comprendiendo que el alivio de muchos de esos dolores era impostergable. En la jornada electoral de 2018, participé como coordinadora territorial en mi municipio. Junto a muchas personas, defendimos nuestros votos y luchamos por hacerlos efectivos. Después de incontables kilómetros, sudor y esfuerzo, ganamos.
Estamos a dos años del día de la victoria, esa jornada electoral histórica en donde las y los mexicanos decidimos cambiar el rumbo de nuestro país, a pesar de los grandes esfuerzos de otros partidos por comprar voluntades. Pero la dignidad pudo más que el dinero, y en las urnas se vació el voto de castigo, producto de tantos años de malos gobiernos. Hay quienes seguimos convencidas de que volveríamos a votar por Andrés Manuel. Sobre todo, quienes regresamos al territorio y fuimos testigos de cómo el gobierno de la cuarta transformación se empezó a gestar de abajo hacia arriba, materializándose, por primera vez de esa manera y en esa magnitud, una política social de bienestar.
Como movimiento, el lopezobradorismo tiene mucho que festejar, además de la citada política social. No es así en el partido. A pesar del gran trabajo que ha hecho Andrés Manuel desde la presidencia, el partido que construyó, y del cual tuvo que desprenderse para ir a gobernar con responsabilidad, no ha sabido corresponderle.
Morena no ha sabido ser el partido que la cuarta transformación necesita. Desde arriba, quienes se disputan la dirigencia, han obligado a la militancia de base a tomar partido, por uno o por otra, siempre referentes nacionales, siempre dirigentes hace años. Se dan incentivos, prometen candidaturas, hacen pactos en lo oscurito para consolidarse. Incluso, se han atrevido a utilizar al presidente para avanzar, haciendo alusión a favoritismos inexistentes. Al interior de morena, la discusión de estos dos años se ha centrado en la pelea por la dirigencia, y no en la institucionalización o la discusión programática sobre cómo es que tendría que avanzar el partido. Las consecuencias han sido el daño a la imagen del partido, el desgaste de la militancia y el alejamiento del lopezobradorismo no militante, más grande que el partido mismo.
Así se explica la baja en la intención de voto de morena, mientras el apoyo que el presidente y el proyecto de transformación concitan se conserva (ayer dio cuenta de ello El País). Mientras se arreglan o no las cosas, corresponde al obradorismo construir desde abajo, fuera de las elites burocráticas, el apoyo que el presidente y el proceso requieren.