A veces da miedo asomarse a las redes sociales, en particular, las que tienen que ver con la vida política de nuestro país. Las palabras pueden ser tan letales y destructoras como las armas más sofisticadas. La intolerancia y el insulto pueden desatarse simplemente porque alguien se atrevió a esbozar una idea contraria a la de quien agrede. Se abusa de la palabra de manera constante y con una rijosidad sorprendente que nada construye. Surge el enfrentamiento de unos con otros y nos habituamos a ver discusiones que no parecen darse entre conciudadanos, sino entre enemigos. Robert Kennedy se sorprendió de la rijosidad que imperaba en su país antes y después del asesinato de Martin Luther King. Lo señaló muy bien en ese fatídico año de 1968, en el que él mismo también sería asesinado:
"Nos tratamos unos a otros no como personas a las que podemos sumar a la construcción de un país, sino como enemigos e invasores a los que hay que subyugar y someter. Al final, todos nos miramos como extraños. Extraños que compartimos una ciudad pero no una comunidad; extraños ligados a un espacio común pero no a un esfuerzo común. El desacuerdo se supera entonces a base de fuerza y violencia como una reacción al miedo que nos provoca lo distinto. Por eso es importante dejar de compartir un miedo común. Nuestra vida en la tierra es demasiado breve y el trabajo por hacer es demasiado grande. No podemos dejar que esa pobre manera de actuar prospere. ¿Para qué, si los que la habitan con nosotros comparten el mismo corto momento de vida, y buscan, como nosotros, la oportunidad de vivirla con bienestar y felicidad".
Estas palabras llegan a través del tiempo en el momento preciso y han sido escritas también para nosotros, los que estamos unidos por la tierra que llamamos México, donde hoy pareciera que casi todos nos miramos como extraños, intentando construir inútilmente sobre los sueños rotos de otros seres humanos. Las ideologías políticas no parecen sumar a la concordia sino al desencuentro. Hemos dejado de compartir una mirada común y carecemos de un proyecto de país que nos de espacio a todos, aunque los discursos digan otra cosa. La realidad es que al asomarnos a las redes pareciera que estamos en medio de una balacera de palabras de todos contra todos. No logro imaginar cómo podemos rescatar el vínculo invaluable de compartir este corto momento de vida, la breve vida que tendríamos que aprovechar para construir una comunidad razonablemente justa y feliz, hoy rota en tantos lados y en tantos frentes, contaminada por las ideologías y desconectada de la compasión y la sensatez indispensables para cerrar entre todos las enormes brechas de desigualdad y discordia. Pareciera que el discurso político se propusiera sembrar vientos para cosechar tempestades, como una mala interpretación evangélica de la frase de Jesucristo de "no he venido a traer la paz, sino la guerra". Pobres de quienes creemos en la gradualidad cuando nos asomamos a las redes, donde dominan la arrogancia y el abuso, los bravucones y los abusivos. ¿Cómo mirar y entender al otro más allá de nuestra limitada visión, regida por los prejuicios y el miedo a lo distinto?
Sorprende que la tecnología que hace posible tantos medios de comunicación lleven tantos mensajes traducidos en ruido y no en la necesaria concordia que nos permita pensar en cómo construir algo que permanezca. Valiente tarea la que tenemos por delante.
Verónica Mastretta