Insomnio, el maestro de la pérdida

  • Vida y Milagros
  • Verónica Mastretta

Ciudad de México /

“¿Todo en ti fue naufragio?”, me pregunta Neruda desde la esquina de un poema, mientras pretendo que no he despertado a medianoche. Quedan pocas horas antes del amanecer y aún defiendo la plaza de los sueños con la espada desenvainada, luchando contra las poderosas estrategias de guerra que atesora el insomnio. Estoy en ese raro e inquietante momento en que confundimos el desencanto con la verdad de que la vida es una sucesión de pérdidas.

¿Esa inquietante verdad nos da insomnio? ¿Porqué, de un día para otro, más bien de una noche a otra, resulta que el insomnio ya es viajero frecuente y distinguido de nuestras noches? ¿Será que lo invocamos cuando nos da por pensar en los tiempos y decisiones del ayer, cuando no vislumbramos el mañana que fatalmente llegaría con su factura de inconformidades?

¿Al insomnio lo invoca la falta de fe en el futuro y el miedo a volver a equivocarnos en el hoy, que necesariamente nos hará no aceptar el mañana otra vez?

“Peligrosa es la fe cuando toma el lugar de los acontecimientos verificables”, leí un día. Pero pienso que a veces resulta más peligrosa la ausencia de ella. ¿Qué daña más: una esperanza, un desengaño o la terrible duda que encierra la palabra “hubiera”? Quizá abre la puerta al insomnio nuestra creciente incapacidad para lidiar con las pérdidas en un mundo en el que parecería obligatoria la felicidad permanente. Soltar, aprender a perder, que todo en la vida es pérdida, empezando por el tiempo. En nuestro endeble sistema educativo debiera ser una materia obligatoria el arte de manejar la frustración y el manejo de las pérdidas.

La poetisa americana Elizabeth Bishop, autora del poema One Art, nos reta con la idea contraria, la de la pérdida permanente. Perder es un arte de dominio fácil -dice ella- porque a diario lo practicamos, queramos o no. Nos reta a enfrentar el hecho de que la vida es una continua pérdida. Perdemos las llaves, la paciencia, el movimiento ágil, la juventud, las ansias, los recuerdos, la infancia , el monedero, los amores, el tiempo, la capacidad de certeza, el mediano plazo, el futuro de nuestros hijos, continentes y ríos, el mundo virgen del pasado. La práctica constante puede conducirnos a la maestría y a la aceptación del desastre perfecto que suelen ser las pérdidas.

Si vamos a ser artistas de la pérdida, asumamos que también perderemos el sueño, y perdamos de una vez la fe, porque es un estorbo que nos dificulta la contemplación cruda de la realidad. Cuando la pérdida de la fe y el insomnio se dan la mano, entonces sí que la noche se vuelve un cabaret de corceles galopando furiosos sobre el ring en que se convierten los lechos en que nos embarcamos a cruzar nuestros mares nocturnos, donde se pueden desatar batallas memorables regidas por los demonios de la memoria que nos dice al oído- hubieras hecho esto, hubieras hecho lo otro y otras batallas estaríamos dando. O peor aún: quedan pocas batallas.

Y así, van rodando las horas, y con las que quedan, puedo practicar el arte de la pérdida en lugar de ser derrotada despiadadamente por el insomnio, el que antes dejaba sobre la arena del colchón minutos descuartizados junto a las ilusiones de recuperar el sosiego.

Con el paso del tiempo, los tiempos del insomnio se vuelven campo fértil de práctica sin prisas del arte de la pérdida.

Mecida por el recuerdo de las plácidas olas de un mar transparente y azul y temperatura perfecta, la mente se va quedando quieta, adormilada. El arte de la pérdida. Entrénate en perder más lejos, más rápido, lugares y nombres, los sitios a los que pensabas viajar. Pierde algún reino. En la ausencia de hoy, pierde otro más. Aprender en las horas robadas al sueño, contando y procesando las pérdidas de este día, esta semana, este mes, esta vida, y así, contando, repetir como mantra un solo verso:

-Pierde algo a diario, asume el desconcierto, acepta ya las quietas explosiones, la aparente catástrofe...

Y quédate dormida.


Verónica Mastretta


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