Viven tapadas de pies a cabeza, son mujeres de Afganistán quienes no pueden estudiar después de los 11 años. Tienen prohibido trabajar y salir de sus casas sin la compañía de su padre, hermano o marido, en pocas palabras, siempre las considerarán menores de edad sin la capacidad de ejercer sus derechos y vivir su propia vida. Las lapidan y ejecutan en plazas públicas si mantienen relaciones fuera del matrimonio; están obligadas a vestir el velo islámico (Burka) que les cubre prácticamente todo el cuerpo, de lo contrario corren el riesgo de ser azotadas o agredidas verbalmente.
No pueden reír fuerte, utilizar tacones o maquillarse, tampoco practicar deporte. La norma más reciente obliga a las periodistas y presentadoras de cadena nacional a cubrir su cara para salir en televisión, sin expresión ni soltura.
Estas imposiciones ponen la evidencia el catastrófico escenario de las mujeres en Afganistán después de que en agosto del 2021 se anunciara el regreso de los talibanes al poder. Desde entonces ha crecido la preocupación entre mujeres afganas quienes tienen cicatrices vivas de las violaciones a sus derechos humanos durante el periodo 1996-2001 que duró el régimen Talibán anterior.
Afganistán está de nuevo en manos de los talibanes quienes han manipulado a través del miedo y la incertidumbre a mujeres y niñas quienes ni a sus sueños tienen derecho. Despojarlas de la autonomía que aún les queda representa un absoluto retroceso para la sociedad entera; les anulan cada vez más su capacidad para ganarse la vida, acceder a la sanidad y educación, y con ello la oportunidad de ejercer sus derechos.
Lo que necesitamos entender todos, aún cuando no estemos allá, es que no estamos hablando de las amenazas de los talibanes, de lo que hablamos es de un sin fin de niñas y mujeres que hoy están escondidas, atrapadas, lejos de sus hogares o en manos de los talibanes.
El llamado del Consejo de Seguridad de la ONU al poder talibán es mantener abiertas las fronteras para que las personas que deseen abandonar el país puedan hacerlo, que los gobiernos internacionales repatríen al mayor número de afganos en peligro y se preste una especial atención a las mujeres.
Este es un llamado a la humanidad entera en donde es tarea de todos nosotros intentar ayudar a esas mujeres, a que se den cuenta de su dignidad y que esta no se limita a territorio afgano. De ahí que estamos obligados a indignarnos de lo que ocurre en Afganistán pero también a abrirles las puertas a todas esas mujeres para que encuentren una vida más digna.
Estas son algunas de las consecuencias de la incapacidad de los gobiernos afganos anteriores y de los estadounidenses, de no haber logrado un acuerdo que diera estabilidad en la región y evitara que volviera a manos de los talibanes, razón por la cual en su momento se había invadido Afganistán.
No podemos quedarnos de brazos cruzados ante este desafío ya que también es una oportunidad para que países, instancias internacionales y sociedades, reflejemos nuestra disposición a luchar contra este tipo de prácticas en pleno siglo XXI.
Es duro entender la perspectiva de una mujer afgana desde sus anhelos, desafíos, esperanzas y angustias, pero al momento que volteamos a ver otros mundos y latitudes, nuestros referentes se expanden y nos permiten asimilar dónde estamos parados cada uno. Cuantas más perspectivas tengamos, mejor será nuestra comprensión.
Esta situación por un lado nos recuerda lo mucho que hemos logrado las mujeres mexicanas en nuestro país, pero también lo mucho por lo cual tenemos que luchar en igualdad, equidades laborales, mayor seguridad, y muchos más.
Verónica Sánchez
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