Desde el gobierno de Tamaulipas se ha propuesto dejar atrás el nombre de "frontera chica" para rebautizar la región como “frontera grande". El anuncio, realizado por el gobernador Américo Villarreal Anaya, ha generado reacciones encontradas, no solo por el cambio nominal, sino por el trasfondo que implica.
"Ya vamos a cambiar todos este nombre. Ahora va a ser un decreto del gobernador para decir que, a partir de ahora y a sugerencia de la presidenta municipal de aquí (Díaz Ordaz), Nataly (García), que ésta se va a llamar la “frontera grande”", señaló el mandatario morenista.
La frontera chica, esa franja de municipios que abarca desde Nuevo Laredo hasta Guerrero, Mier, Miguel Alemán, Camargo y Díaz Ordaz, ha sido históricamente una región clave en el desarrollo de Tamaulipas. Desde la época colonial fungió como punto estratégico de comercio y migración.
Recientemente es un territorio inmerso en la narcoguerra, escenario de constantes balaceras y el uso de "monstruos" —vehículos con blindaje artesanal— y, en días recientes, la activación de minas terrestres y drones con explosivos.
A finales de enero, la explosión de uno de estos artefactos cobró la vida de dos personas, evidenciando hasta qué punto ha escalado la violencia en la región y provocando un éxodo de la población.
Con el auge del narcotráfico, pasó de ser un punto de intercambio comercial a un territorio donde el crimen organizado se asentó con fuerza. Las pugnas entre grupos criminales la han convertido en una de las zonas más violentas del estado.
En este contexto, la propuesta de renombrarla como "frontera grande" se presta a la ironía. Si en su versión "chica" las autoridades federales y estatales no han sido capaces de controlar la ola de violencia, ¿qué garantías existen de que en su versión "grande" la historia será distinta? ¿Es acaso un intento por maquillar una realidad que no cambia con juegos de palabras?
El verdadero reto no está en modificar el nombre de la región, sino en transformar su realidad. Tamaulipas necesita una estrategia integral que devuelva la seguridad a sus habitantes y restablezca la paz que alguna vez distinguió a esta zona.
La grandeza no se mide en títulos ni en decretos, sino en acciones que generen un cambio tangible para quienes día a día enfrentan la crudeza de vivir en un territorio marcado por la violencia.