El fin de semana pasado, la violencia de género volvió a ocupar las primeras planas de los medios. Sin embargo, no solo se expuso el dolor de una víctima, sino también el oportunismo de ciertos actores políticos e instituciones que, tras el escándalo mediático, finalmente hicieron pronunciamientos y ofrecieron soluciones, aunque tardíamente.
¿Dónde estaban estos actores antes, cuando las señales de alerta ya eran claras? Las reacciones de políticos como la presidenta Claudia Sheinbaum, el gobernador Américo Villarreal y otros llegaron mucho después de que el incidente adquiriera relevancia pública.
¿Por qué esperar a que un caso se vuelva mediático para intervenir?
Es cierto que existen políticas públicas y acciones preventivas para combatir la violencia de género. Sin embargo, el problema radica en la falta de una implementación adecuada y en la carencia de recursos suficientes.
Las políticas diseñadas para erradicar la violencia son ineficaces cuando no se les da seguimiento o no se aplican correctamente.
No basta con tener leyes y programas si no se cuenta con la infraestructura necesaria para que lleguen a quienes más lo necesitan.
La violencia de género es un problema estructural, pero las soluciones requieren un enfoque integral que involucre a todas las instancias gubernamentales, así como a la sociedad en su conjunto.
Además, en muchos casos, los padres de los agresores tampoco son conscientes de los posibles trastornos de conducta que desarrollan sus hijos.
Si bien la violencia no aparece de la nada, las dinámicas familiares desempeñan un papel crucial en su prevención.
Los padres, la escuela y las instituciones deben colaborar para detectar y atender estas situaciones antes de que se conviertan en tragedias.
Los medios de comunicación también tienen su responsabilidad. A menudo, se limitan a cubrir el caso de forma sensacionalista, sin profundizar en las causas que permiten que estos hechos ocurran.
El tratamiento de los casos de violencia de género no debería reducirse a titulares, sino que debería ser el punto de partida para un debate serio sobre la necesidad de políticas preventivas efectivas y un cambio cultural que aborde las raíces del problema.
La sociedad no necesita más promesas vacías. Es necesario un compromiso real y tangible con la prevención y la atención a las víctimas.
Si las autoridades no están dispuestas a ir más allá de la indignación momentánea, continuaremos atrapados en un ciclo de dolor y frustración.
La indiferencia y el oportunismo no deben ser la respuesta.