PAN Tamaulipas necesita decir que está vivo

Tamaulipas /

Hay frases que no buscan convencer, sino tranquilizar. “El partido no está muerto” es una de ellas. No interpela al ciudadano, no convoca al indeciso, no seduce a nadie fuera del círculo.

Es una frase pronunciada hacia adentro, como quien revisa el pulso frente al espejo. Y cuando un partido político necesita decir en voz alta que sigue vivo, quizá el problema sea clínico.

El discurso que acompañó esa afirmación es revelador: obra pública, pavimento, mercados, lagunas rescatadas, calles transformadas, brigadas, militancia trabajando desde abajo. Todo cierto. Todo pasado. Todo dicho en tiempo pretérito, como si gobernar bien en su momento bastara para explicar el presente.

La política, sin embargo, no se jubila con honores: se renueva o se castiga, lo hemos visto infinidad de veces.

Aquí aparece la pregunta incómoda que nadie en Acción Nacional Tampico parece querer responder: si hubo dos administraciones consecutivas, si hubo resultados visibles, si “la gente lo reconoce”, ¿por qué el PAN perdió Tampico? No es una provocación: es un dato electoral. Y los datos no se desmienten con nostalgia.

Lo ocurrido abrió interpretaciones y suspicacias políticas que, hasta hoy, nadie ha querido aclarar.

El error ha sido confundir obra con vínculo. Creer que el pavimento genera lealtad automática, que la gestión técnica sustituye la conexión emocional, que la ciudad transformada garantiza al ciudadano agradecido.

En México —y Tamaulipas no es la excepción— el voto no siempre es “inteligente”, pero sí es emocional y volátil. Castiga la soberbia, el desgaste, la distancia, incluso cuando reconoce avances.

Cuando el discurso se repliega a “regresar a lo básico”, “trabajar con la militancia”, “no perder la ilusión”, ya no estamos ante una estrategia de reconquista, sino ante un refugio. Hablarle sólo a los convencidos es aceptar que el mensaje dejó de cruzar la calle.

Lo anterior suena como una cálida promesa, pero sin recursos económicos suena casi imposible.

El PAN no está muerto, es cierto. Pero tampoco está vivo en el sentido político del término. Está suspendido entre el recuerdo de lo que fue y la incapacidad de explicar por qué dejó de ser.

Ni siquiera los proyectos que dan identidad, emoción y pan y circo garantizan lealtad política cuando el vínculo con la calle se rompe.

Y mientras no responda con honestidad la pregunta de su derrota, seguirá leyendo en voz alta su propio epitafio… esperando que alguien más lo contradiga.


  • Víctor Hugo Martínez

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