Siete años sin oposición

Tamaulipas /

Se cumplen siete años de la llamada Cuarta Transformación. Siete años que abarcan el sexenio de López Obrador y el arranque de Claudia Sheinbaum. Eso es un hecho, una marca en el calendario político del país.

Pero no es ahí donde debería estar el foco.

Porque más que hablar de la 4T —que ya tendrá quien la festeje— habría que mirar lo que se ha desdibujado en el camino: la oposición mexicana, esa figura que en cualquier democracia funcional sirve para tensar el debate, corregir excesos, advertir riesgos.

Aquí, esa oposición ha sido testigo, no protagonista. Ha sido eco, no voz.

Y lo más incómodo: ha sido culpable de su propia desaparición.

El PAN y el PRI presumen esperanza, aseguran que siguen vivos, se declaran listos para un “nuevo ciclo”. Pero cada declaración suena más a consigna reciclada que a propuesta real. Su desgaste ya no es ideológico; es existencial.

Deambulan entre discursos vacíos y derrotas que ellos mismos se fabricaron durante años de soberbia y desconexión con el país real.

Movimiento Ciudadano tampoco es opción. Lo suyo es el marketing, la foto bien cuidada, la narrativa juvenil. Pero en el fondo —se sabe— es Morena de clóset: cómodo, silencioso cuando conviene, rugiente cuando el guión del poder lo permite.

Nunca rompe del todo porque forma parte del mismo clima. Juegan a disentir sin poner en riesgo la bendición del sistema.

Mientras tanto, Morena crece. No siempre con razones; casi nunca con límites. Se expande, invade, reforma, absorbe. El poder se estira y ya no pregunta si debe. Simplemente avanza.

Y la oposición, cada vez más pequeña, observa cómo el margen democrático se reduce como quien ve apagarse la luz por debajo de una puerta.

Pero no todo es desolación. Hubo un momento en que el país recordó que todavía puede incomodar: las marchas de la Generación Z, las protestas campesinas, los transportistas; expresiones diversas que forzaron al gobierno a negociar.

No porque el poder quisiera, sino porque entendió que ignorarlas podría salirse de control. Y aun así, cada concesión vino milimétricamente medida, sin perder el mando. El capítulo sigue abierto.

Por eso, más que celebrar los “siete años de la 4T”, quizá habría que conmemorar estos siete años sin oposición en México. No como homenaje, sino como advertencia.

Porque un país sin contrapesos puede seguir llamándose democrático… pero solo por costumbre, no por convicción.


  • Víctor Hugo Martínez

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