Tamaulipas, otro día de inocentes

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Hoy no es el Día de los Inocentes. Es el día en que Tamaulipas —y el resto del país— amanece recordando cuántas veces le han visto la cara… y cuántas más se la quieren ver.

Porque en México la broma no es una excepción: es costumbre.

Promesas que se anuncian con solemnidad y se cumplen como chiste. Obras que no llegan, cifras que se maquillan, explicaciones que insultan la inteligencia colectiva, casi siempre a medias tintas.

La inocencia que se perdió no es el del niño. Es la del ciudadano que aprendió a desconfiar, pero aun así paga, espera y vota. Que sabe que algo no cuadra, pero sigue escuchando. No por ingenuidad, sino por responsabilidad. Porque retirarse del todo también es rendirse.

En Tamaulipas el Día de los Inocentes no es anécdota, es sistema. Basta mirar el teatro político completo: autoridades estatales, municipales y un Poder Legislativo experto en el silencio funcional.

Morena juega a la inocencia institucional, pero no es torpeza: es cálculo. “Fue la herencia”, “fueron los de antes”, “fue una mala interpretación”.

Todo lo anterior mientras el ex gobernador panista, Francisco Javier Cabeza de Vaca, sigue inmune.

Las autoridades no buscan aclarar, buscan diluir. Apostar al cansancio ciudadano como estrategia de gobierno no es inocencia; es cinismo con sonrisa.

El poder se lava las manos con destreza. El Ejecutivo señala, el Congreso acompaña con mutismo selectivo, los municipios improvisan excusas. Nadie responde porque todos se cubren. No es descoordinación: es una coartada compartida.

La oposición tampoco sale limpia. PAN y PRI no son víctimas, son comparsa involuntaria. Su inocencia —por no usar otro concepto— consiste en creer que el desgaste llegará solo. No fiscalizan, no incomodan, no proponen. Esperan. Y el poder no espera.

En un día dedicado a la burla, nuestro oficio consiste en hacer lo contrario: recordar, preguntar, insistir. Porque el lector no es inocente. La ofensa no es la mentira; es creer que todavía funciona.

Este domingo no va de risas.

Va de memoria.

Y de no volver a caer en la misma broma.

Aquí no se trata de reírse ni de indignarse un día al año. Se trata de no olvidar. De no normalizar la broma como forma de gobierno ni el cinismo como discurso. Porque la verdadera inocencia no es creer: es dejar de preguntar. Y eso sí sería imperdonable.


  • Víctor Hugo Martínez

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