La migración es un fenómeno tan antiguo como la humanidad misma, como tal ha sido asentado en los libros de historia, incluso en la Biblia, donde hay relatos en el Génesis y en el Éxodo.
De este fenómeno hablaron los profetas, e incluso la vida de Jesús no se describe completa sin su migración forzada rumbo a Egipto, junto a su familia.
En consecuencia es algo más antiguo que otras problemáticas como el narcotráfico, el terrorismo, los aranceles o la controversia que ahora provoca en Trump la diversidad sexual.
Desafortunadamente el gobierno de Donald comenzó con un discurso y órdenes ejecutivas donde no hay sorpresas, solo confirmaciones de cómo será transitar por cuatro años con el mandatario número 47 de los Estados Unidos.
No hubo sorpresa cuando anunció un nuevo órgano dentro de su estructura, encaminado a la llamada eficiencia gubernamental, tampoco sorprendió el nombramiento de Elon Musk como cabeza de esta encomienda.
Lo que más duele, aunque no sorprenda, es la decisión de declarar emergencia nacional en la frontera sur, anticipando que no hay marcha atrás y confirmando el final de las citas con el CBP y la restauración de la política conocida como “Quédate en México”.
La misión que encabezará Kristi Noem, la secretaria de Seguridad Nacional, es cruel, pero ni ella ni sus 260 mil subordinados tendrán que dar un paso atrás; es una orden.
Desde ahora serán deportados con mayor fuerza miles de indocumentados y también habrá muchos que ni siquiera podrán cruzar, tal vez solo les quede permanecer en nuestro país.
¿Qué debemos hacer nosotros? Como sociedad y, pese a no ser como tal una ciudad santuario, tomar con madurez una realidad que no acepta una postura indiferente.
Los migrantes ya están aquí, buscan trabajo, dejaron su tierra y a los suyos porque no encontraron mejor alternativa. Nadie abandona la comodidad.
Requieren la misericordia, empatía o como la queramos llamar. No podemos hacer como que no los vemos. Esto va más allá de la política o incluso de nuestra convicción personal; por encima está nuestro sentido humano.
No podemos tener doble discurso. Por un lado criticar a un presidente que no conoce la moral y sus decisiones son implacables.
Y por otro hacer lo mismo con aquellos a quienes ya tenemos aquí: hombres, mujeres y niños.
Después de todo, somos lo que hacemos, no lo que decimos.