Seguro lo ha escuchado: “En mis tiempos, mi mamá ya me hubiera arreglado con una cachetada” o “el maestro antes nos daba de reglazos”, “ahora los jóvenes y los niños están mimados”.
Este tipo de frases son comunes cuando se dan casos de menores infractores; pero son mensajes que poco a poco van quedando en el pasado.
La semana pasada se propuso cambiar la ley en Nuevo León, para que en el Código Civil se establezca que está prohibido todo castigo físico por parte de los padres, incluso pellizcos, nalgadas o jalones de orejas.
Se presenta esta iniciativa, prácticamente copiada de la que el año pasado aprobó el Senado, una reforma a la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes que prohíbe los métodos de crianza de padres, abuelos o maestros “a la antigua”.
Vivimos una época distinta sin duda a la de años anteriores en cuanto a sensibilidad se refiere.
Hay múltiples factores que convierten nuestro entorno en algo sumamente delicado cuando se habla de los roles que jugamos en la sociedad.
Por ejemplo, el hombre y las instituciones actuales, públicas o privadas, deben cuidar que en su actuar no se asome algún dejo de machismo o maltrato a la mujer, porque vamos camino a erradicar dichas conductas. Lo mismo pasa si hablamos del trato a las personas con discapacidad, a los abuelos y a los menores; el reto es cuidar el lenguaje y los actos para no dañar a nadie.
Ante esta premisa, los personajes públicos, los medios de comunicación, los maestros, todos estamos obligados a extremar precauciones para no dañar susceptibilidades.
Es difícil definir en qué momento entramos en esta dinámica en la que acciones o palabras que antes eran coloquiales o parte del lenguaje de la gente, hoy son agresivas, dañinas, aunque no lleven el filo de la mala intención.
Estamos haciendo bien en avanzar como sociedad en cuanto al respeto mutuo, en cuanto a las libertades de ser diferente, y en cuanto a la lucha contra la discriminación; merece un aplauso el hecho de proponérselo.
Pero hay un debate en varios aspectos, sobre todo cuando se habla de la manera en que se está formando esta generación de niños y jóvenes, a quienes se les presta especial interés en la defensa de sus derechos y a la inversa, se habla poco de sus obligaciones. Estamos creando una generación de cristal, dicen algunos.
El entorno en el que crece esta generación no es el nuestro, es obvio que se potenció su acceso a la información, se derribaron tabúes, se amplió su espectro visual a otras culturas y su visión de las figuras de autoridad tampoco es igual que la nuestra.
Qué difícil es ser padre o figura de autoridad en estos tiempos, en que se está bajo la lupa y en que el joven cuestiona abiertamente. Representa un reto guardar compostura y no preocuparse si, por ser muy blando, los jóvenes caerán en las influencias de su entorno.
Y aunque sea complicado hay que tomar en cuenta que la violencia no es el camino; que con los chavos nuevos no funciona. Y más allá de que una ley lo prohíba o no, hay que tomar en cuenta el daño que representa la violencia familiar, la inseguridad en la víctima, el resentimiento y la probable repetición de conducta cuando se es padre.
Así que a pellizcos no; así vivimos.
Mano de acero y guante de seda.
victor.martinez@multimedios.com