Giovanni Sartori inicia su obra clásica sobre la democracia afirmando que una de las razones por las que la democracia funciona mal, es porque se tiene una idea equivocada de ella. Idea vigente en México hoy.
Este autor italiano se preocupaba por la viabilidad de la democracia. Sabía que es un régimen frágil. Para cuidarlo hay que tener claro en qué consiste y en qué se distingue de otros.
Analiza diversos errores en la concepción de la democracia. El primero es el “error etimológico”: quedarse en el nombre, ignorando “la cosa”, la realidad democrática.
Estaba de acuerdo en partir de la definición de democracia como “el poder del pueblo”. Pero exigía precisar qué podemos entender por pueblo, y tener claro cómo ejerce su poder.
Critica particularmente la idea holística o romántica de pueblo, la del “pueblo como un todo orgánico” que lleva fácilmente a concluir que los individuos no cuentan. El pueblo como un todo orgánico, hay ejemplos abundantes y trágicos, es más afín a los gobiernos tiránicos que a las democracias.
Para él el pueblo no es una unidad orgánica y abstracta, ni la mayoría, sino lo que llama la “mayoría relativa”: la mayoría más las minorías.
Critica después la demolatría: la adoración del pueblo. Una posición que es incapaz de mirar a quienes forman al demos, de ver cómo son, qué tanto saben de política, cómo se informan, qué valores tienen.
Y llega a autores que sí han visto a las mayorías: Ortega y Gasset, Mannheim, Jaspers, Arendt, Erich Fromm. Y desde luego Schumpeter: todas las personas, cuando nos salimos del ámbito de nuestra especialidad, tenemos opiniones que nosotros mismos consideraríamos equivocadas, superficiales.
Critica la multicitada frase de Lincoln: “la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Tiene valor retórico, pero no delimita a un régimen político: muchos dictadores la pueden hacer suya.
Por todo lo anterior y otros argumentos y constataciones, Sartori valora la democracia representativa y liberal.
Hay cosas que no se pueden cambiar en la Constitución sin destruir la democracia. Aprobar la esclavitud o acabar con la división de poderes, por ejemplo.