Dicen que cuando el historiador chihuahuense José Fuentes Mares dio un curso en España, un alumno le dijo: “usted y nosotros no nos vamos a entender, porque usted tiene el punto de vista del conquistado, y nosotros el del conquistador”.
El mexicano respondió: “mire, mientras sus antepasados se quedaron en España disfrutando de los beneficios del oro y la plata de América, los míos cruzaron el Atlántico y colonizaron y poblaron un territorio nuevo para ellos. Si alguien puede tener mentalidad de conquistador aquí, soy yo, no ustedes”.
Cuando el premio nobel de literatura Juan Ramón Jiménez viajó a México, mexicanos lo llevaron a alguna zona arqueológica. Le comentaron con detalle la leyenda negra de la conquista. Como el poeta no se inmutaba, un mexicano le preguntó: “¿no le da vergüenza lo que hicieron sus antepasados?”
Jiménez respondió: “mis antepasados nunca salieron de Andalucía. Lo que hicieron todo lo que usted menciona no fueron ellos, sino los antepasados de usted”.
Ignoro si las anécdotas fueron ciertas. Pero expresan una verdad. Una persona que lleva apellidos españoles habla español, aunque viva en América Latina algo de español tiene. Desciende sin duda de colonizadores. Y en algunos casos de conquistadores.
Los políticos suelen ser expertos en distraer. Ante problemas serios, buscan historias que desvíen la atención. Puede ser el caso. De cualquier manera, es muy ingenuo sentirnos víctimas cuando es más sensatos vernos beneficiarios de un proceso que inició hace tiempo, más de 500 años.
Además de que lo que requerimos en el mundo moderno, son vínculos, no distanciamientos.