Ya se habla poco de los globalifóbicos: los que rechazaban el proceso de globalización, que consiste en el incremento de vínculos entre los diversos países y personas del planeta. Pero nuestro gobierno parece estar dando muestras de rechazar esos vínculos.
Al menos en los últimos 36 no había habido tan pocos jefes de Estado en una toma de posesión: quizá sean sólo 16. La de López Obrador fue la menos concurrida hasta ese momento, con 50. Con Peña Nieto llegaron 95.
Además de la cantidad, destaca la calidad. No viene el presidente de Estados Unidos, país con el que tenemos un 80% de nuestro intercambio comercial, y con el que hay estrechos vínculos humanos y económicos. Tampoco viene el primer ministro de Canadá. Ni nadie de España.
Entre los asistentes destaca el presidente de Cuba, una autocracia en donde la población vive condiciones lamentables en lo económico y en sus derechos humanos.
No son buenos mensajes. No señalan un camino viable. México no puede vivir a espaldas de Estados Unidos, Canadá y España, y de frente a Cuba. La expropiación de la mina Calica en Quintana Roo es un mal mensaje para nuestros socios de América del Norte.
Un camino que dificultará el crecimiento económico, que requiere, en cualquier país, de inversión extranjera y de ventas al exterior.
Pero no es la economía el único problema, quizá ni siquiera el principal. La defensa de los derechos humanos, de la paz, de los ecosistemas, la salud, requieren de la cooperación entre los países. De visiones y acciones conjuntas.
México podría ser una voz moral que contribuyera a evitar las tragedias actuales en Medio Oriente y en Ucrania. Pero nuestro país ha renunciado a esa voz.
La visión de que somos excepcionales (el presidente dijo en el grito del 15 de septiembre que los trabajadores mexicanos son de los mejores del mundo, aunque hay datos que indican que trabajamos el doble de tiempo que los alemanes y producimos menos) no sólo es ingenua. Nos separa de otros de los que deberíamos aprender en ocasiones y apoyar en otras.
La expresión “la mejor política exterior es la política interior” tiene valor retórico. Pero nada más.