Ya es común que cuando se acercan las elecciones, algunos líderes de opinión hagan público el sentido de su voto y las razones en las que lo fundamentan. Están, desde luego, en toda la libertad de hacerlo, y sus disquisiciones pueden incluso ser útiles para alguien que estuviera indeciso —a estas alturas— sobre a quién depositarle la confianza de un cargo público este domingo.
En este texto no me propongo sumarme a la tendencia, primero, porque estamos en veda electoral y, segundo, porque es una labor que, con respeto a quienes la ejercen, encuentro un poco ociosa y, siendo brutalmente sinceros, pretenciosa.
Encuentro, sin embargo, más interesante el ejercicio de averiguar las razones que tiene la gente común, la que no siente la obligación de mantener una imagen pública de racionalidad pura ni de objetividad a prueba de sentimientos, para fundamentar su voto.
Todo el mundo tiene buenos motivos para votar por quienes habrá de hacerlo, o al menos todo el mundo está convencido de tenerlos. Sin embargo, tendemos a subestimar los motivos del otro y a sobreestimar los propios. Los que no votan como uno, pensamos, votan por miedo, por resentimiento, por ignorancia, por conveniencia o por manipulación.
Nosotros, en cambio, votamos como resultado de una estricta razón silogística que parte de premisas inmaculadas y llega a conclusiones categóricas —incluso para quienes asumen que votar es “elegir entre inconvenientes”—. Lo cierto es que no es verdad ni una cosa ni la otra. Los motivos para votar son más romos que las razones severas, y menos obtusos que los sentimientos toscos.
Les pregunté a personas de confianza por quién van a votar y por qué. Primero, no debe sorprender a nadie que las respuestas se inclinaban mayoritariamente a favor de una candidata, cuyo nombre no revelaré, aunque también hubo quien aceptó que votaría por su adversaria.
Si bien ninguna respuesta alcanza el grado de elaboración y sesudez de los “votos razonados” de los textos periodísticos, las respuestas son muy variadas y de ningún modo se pueden tildar fácilmente de irracionales: “en mi familia siempre hemos votado por el partido de izquierda porque ellos ven por las personas de bajos recursos”; “hemos visto cambios considerables, independientemente de que han subido las cosas, a pesar de que todavía hay delincuencia e inseguridad y muchos problemas, nosotros sabemos que en un sexenio no todo puede cambiar, esto es un proceso lento y con todo y las fallas se puede ir corrigiendo a través del tiempo”.
Hay quienes admiten como principal razón la emoción de llevar a la primera mujer a la Presidencia. Otros más hablan de confianza en los proyectos y “en la gente que los va a implementar”. Uno me dijo que no votaría por cierta candidata “porque es demasiado seria” y que en cambio la otra candidata “parece más una mamá que nos va a cuidar a todos”. También del otro lado hay quien destaca rasgos personales de su candidata: “es honesta, es inteligente”, son los más comunes.
Desde luego no falta quien menciona los programas sociales, pero nunca como un beneficio individual, sino como una medida que beneficia a más gente y “no sólo a unos cuantos, como antes”. Otra razón inevitable que se menciona es la experiencia de anteriores gobiernos y el deseo de no volver a ellos. Hubo quien, siendo muy crítica del Presidente, dice que no votaría a sus partidos opositores “ni siquiera como castigo”, porque recuerda cómo gobernaron: “sería darme un balazo en el pie”, es su analogía.
Algunos van a votar cruzado y otros van a votar por un solo partido en todas las boletas. Al menos en mi limitado sondeo, nadie mencionó el temor de que la democracia estuviera en riesgo, aunque sí hubo quien adujera que era deseable “repartir el poder” a la par que otros ponderaban lo conveniente de “poder gobernar con mayorías”.
El voto —y todo el proceso que le precede, y el que le sigue— permite a la gente sentir afinidad (“nos vemos el domingo para festejar”, me dijo hoy alguien a quien nunca había visto, pero que por la simpatía política me saludó como si fuéramos viejos conocidos) y responsabilidad (votan por lo que creen que es mejor para más gente y no sólo para ellos mismos). El voto es un acto individual pero al que la gente acude convocada por un compromiso colectivo. Al votar la gente se siente parte de algo más grande, actores en un hito histórico, como en esta ocasión en el que con certeza se elegirá a la primera mujer presidenta en la historia de México.
A menudo hablamos de la polarización, de la división y del encono que genera la política. También deberíamos ver el lado generoso de las elecciones: el que a muchos nos hacen sentirnos parte de algo que trasciende nuestra vida individual o familiar. Y en esa pertenencia a algo mayor hay mucho de razón y mucho de emoción, y entre los dos una línea muy delgada que los hace casi indistinguibles.