En 2024, junto con Daniela Martínez, publicamos un artículo sobre los anhelos de las buscadoras en campo del Grupo VI.D.A., un colectivo pionero en la identificación de fosas y “sitios de exterminio” en la región.
Ese trabajo evidenció algo que suele pasar desapercibido: la búsqueda no se sostiene solo en la indignación, sino en un proceso íntimo, contradictorio y persistente que moldea sus anhelos.
Estos anhelos no nacen en la institucionalidad, sino en su ruptura.
Tras años de vueltas inútiles a fiscalías, expedientes extraviados y promesas rotas, las mujeres comprendieron que el Estado no les va encontrar.
Es ahí donde surge su anhelo como proceso: primero el grito, luego la acción y, finalmente, la convicción radical de que sus familiares pueden estar en cualquier parte.
Esa mezcla de intuición, memoria y terquedad se convierte en motor político y afectivo.
El anhelo de las buscadoras no es la ilusión de un final feliz.
Es la coexistencia tensa entre la posibilidad de encontrarles con vida y la posibilidad de identificarles entre miles de fragmentos calcinados.
Aun así, esta ambivalencia no las detiene: impulsa la jornada bajo el sol, el cribado meticuloso de la tierra, la defensa de cada pieza para que no sea descartada por las autoridades.
Lo que observamos en el estudio es que el anhelo se transforma constantemente.
Se alimenta de recuerdos, rumores, sueños, silencios, del sonido de una camioneta que pasa, de una prenda encontrada, de una palabra que duele. Es una esperanza que no paraliza: mueve, sostiene, insiste.
En un país que normaliza la desaparición, los anhelos de las buscadoras no son un refugio emocional: son una forma de insumisión.
Una afirmación de vida frente al abandono estatal. Y por eso, mientras el Estado administra la espera, ellas sostienen la acción.
Porque en esa mezcla de dolor y determinación, las buscadoras han aprendido algo que se vuelve certeza: si alguien va a traerles de vuelta serán ellas.
¡Hasta encontrarles a todes!
walters.salazar@iberotorreon.mx