50 años cabalgando la poesía punk: Patti Smith en San Francisco, California

Monterrey /

La única forma de llegar al Masonic Auditorium de San Francisco es escalando. Se encuentra en el pico más alto de la calle California. No hay forma de evitar el esfuerzo. Acaso el truco es encontrar la parte menos empinada, que en este caso es la misma calle California, dos cuadras antes subiendo por el sur. Subir es pesado, sobre todo con la vejez a cuestas y las rodillas atacadas por el ácido úrico. Pero cuando se es fanático, el esfuerzo arrecia y puede desencadenar la misma gratificación que la de una peregrinación al templo.

Había un templo, el Masonic Auditorium. Y una sacerdotisa, Patti Smith, celebrando los 50 años del lanzamiento de “Horses”.

Pasando las 19:30, en el majestuoso mezanine del Masonic, con sus gigantescos detalles egipcios incrustados en los muros de mármol imponente, cabezas blancas flotaban como la caspa y se reproducían y multiplicaban. La gran mayoría de los asistentes teníamos canas en menor o mayor importancia. Aún no había nacido cuando “Horses” salió al mercado, pero la noche del 13 de noviembre de 2025, yo ya era parte de los viejos que habían encontrado en el primer álbum de Patti Smith una revelación de blasfemia liberadora, de incomprensión por la ambición, de sexualidad salvaje y de rebeldía.

El avispero de canas solo aumentaba, así que nos tuvimos que dividir. Jim se fue por los tragos mientras yo me alistaba en la fila del merchandising oficial que en ese momento ya parecía fila del súper cuando a alguien se le ocurre meter crédito al celular, pero avanzaba rápido. Al llegar, la oferta era limitada y costosa: solo dos modelos de camisetas a 45 dólares cada una y un par de tote bags. Jim y yo compramos las que reproducían la icónica fotografía andrógina de Robert Mapplethorpe multiplicada por cuatro, como cuatro carteles descarapelándose en una peligrosa calle de Nueva York cuando la Gran Manzana valía la pena.

También compramos su último libro de memorias, “Bread of angels”. Siento que gastamos una fortuna, pero son de esos derroches que trascienden el consumismo. Patti Smith es una auténtica oriunda de la clase trabajadora y esa humilde austeridad es su marketing.

El Masonic es un recinto de una acústica ingeniosamente perfecta. El problema es que, a veces, a los organizadores les da por poner sillas plegables. Sucedió con Pavement y el atrevimiento volvió a repetirse la noche del 13 de noviembre. Las sillas son cómodas, pero en algún momento interfieren con la energía del rock.

No hubo banda telonera.

Las luces se apagaron apenas pasadas las 20:00. Nada de sobreestimulación visual en el escenario, nada de pantallas o bolas disco, solo cortinas negras y los instrumentos que fueron tomados por Jay Dee Daugherty en la batería y Lenny Kaye en la precisa guitarra, ambos miembros de la banda original de 1975, Tony Shannan en los teclados y una guitara extra para Jackson Smith, el hijo que tuvieron Patti y Fred “Sonic” Smith, líder de la banda de Detroit, MC5.

Y después Patti Smith, con su inconfundible atuendo de los últimos años: saco holgado de un solo botón, camiseta blanca, jeans sujetados al interior de un par de botas guerrilleras, su larga cabellera plateada, como la nuestra.

Antes que nada, Patti dio las gracias y aceptó el trago que un fanático lo ofreció desde su butaca. Salud.

La celebración consistía en reproducir el álbum completo, en el mismo orden.

Después de los aplausos y la ovación, el silencio, el suspiro, los retortijones. Cómo la primera vez que me atreví a besar a un cabrón.

“Gloria… in excelsis deo”.

Jesús murió por los pecados de alguien, pero no los míos. Para 1975, la cruz del rock ya empezaba a volverse pesada por tantas exigencias, tanto, que los rockeros caían como Jesucristo en busca de una luz. Con “Horses”, la actitud y el hambre del rock por placer abrieron el camino para que el punk escupiera rabia, desilusión y hedonismo travestido de esperanza. Escupir sobre la necesidad del reconocimiento, como un paganismo de bisutería.

Nada más punk que reciclar el ego. Patti Smith se dio a conocer con un cover. “Gloria”, la original, es propiedad de Van Morrison, pero el tiempo y el atrevimiento le han dado la custodia a Patti Smith, que con sus 78 años se mueve con una facilidad poderosa de envolvente: “Cuando tienes un novio eterno nunca termina de crecer”, dijo en algún momento de la noche, refiriéndose a su esposo Fred Sonic.

“G-l-o-r-i-a”.

Nos despegamos de los asientos alzando los brazos, invocando la ira del Señor Todopoderoso. Junto a mí estaba un señor que necesitaba de un bastón y, sin embargo, el milagro de la blasfemia lo puso a bailar.

La estructura de “Gloria” está diseñada para bailar en círculos que descienden al infierno de placer. Parece que termina y la batería regresa al principio. Patti se dejó llevar por su propio delirio y nuestros aplausos tanto que sin querer, el rezo de “Jesus die…” lo repitió al menos tres veces:

“Maldita sea, ¿Qué es lo que acaba de pasar?”, dijo Patti sorprendida de ella misma.

El lado A fluyó casi sin discursos. “Redondo beach” fue abriendo paso a una atmósfera de nostalgia palpitante. En la provocadora poesía de “Birdland”, Patti improvisó sobre la marcha una protesta incendiaria contra la derecha en el poder y su peligrosa ambición de pisotear a lo que perciben como una amenaza a su puritanismo, como los inmigrantes o los homosexuales.

Un silencio que electrizaba las entrañas y que a veces era interrumpido por un par de borrachos detrás nuestro. Borrachos inofensivos, pero ruidosos.

Amo “Horses” como obra completa, pero es imposible no tener canciones favoritas. En mi caso, siempre le subo el volumen a “Free money”. Así que aproveché mi devoción por el track para masturbar a Jim. Los borrachos soltaron sus últimas risitas cagados de nervios y por fin se callaron.

“Ahora es momento de levantar el acetato, darle la vuelta, regresarlo al plato, levantar el brazo de la tornamesa, quitar el polvo y poner la aguja sobre el disco. Esto es el lado 2”.

Las palabras de Patti Smith, describiendo el ritual de un acetato inexistente, me pusieron la piel de gallina.

Para la segunda cara del álbum, Patti se apoderó de la palabra. Compartiendo sus aventuras como roommate de Tom Verlaine de Television en un departamento del East Village, cuando platicaban sobre sus sueños y pesadillas. Juntos escribieron “Break it up” sobre un sueño de Patti Smith en el que Jim Morrison se liberaba de una estatua de mármol. Su paso por el Electric Lady Studios de Jimmy Hendrix, donde “Horses” se grabó, y en agradecimiento, Patti le compuso “Elegie”.

No hay disco sin último surco. “Land” empezó con un movimiento redondo del solo de guitarra de Lenny Kaye mientras Patti alzaba su brazo izquierdo, montando un sensual caballo imaginario. El resto de los instrumentos fueron tejiendo un progreso que en un punto invocó el espíritu de “Gloria”:

“Oh, she looks so good! Oh, she looks so fine!”, aquí vamos de nuevo.

Por supuesto, “Land/Gloria” no fue el fin. Mientras Patti se tomaba un descanso, su banda se sacó un tributo a Television. Luego Patti regresaría para cantar, entre otros éxitos, “Dancing barefoot”.

Ella era uno de los nuestros. Canosos, siendo testigos de que medio siglo no es nada, 50 años de poesía incómoda y galopante, de revueltas y revoluciones aplastadas que nos han aventado al mismo punto de partida del conservadurismo asfixiante.

Jim, mi esposo, estaba en trance: “No quiero que esto acabe nunca”, me dijo. Nos besamos como la primera vez que nos conocimos y eyaculamos en el pasillo del Tom’s Leather Bar en la Ciudad de México. Como la primera vez que escuché “Horses” y sus canciones que me conciliaban con mi madre.


Patti Smith, celebrando los 50 años del lanzamiento de “Horses”

  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.

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