“Sería incapaz de amar a un hijo homosexual. No pienso poner cara de hipócrita: prefiero que un hijo mío muera en un accidente antes que ande por ahí besándose con otro bigote”, declaró Jair Bolsonaro a la edición brasileña de Playboy en junio de 2011. En ese entonces Bolsonaro era diputado federal de Brasil y las declaraciones le costaron un par de demandas, aunque relacionadas a crímenes raciales, dejando la homofobia intacta. Semanas después y a raíz de sus arrebatadas declaraciones a la Playboy, Bolsonaro sería invitado al show de la presentadora y cantante Preta Gil, tan solo para dar el tiro de gracia al decir que sus hijos estaban lo suficientemente educados como para “acostarse con una negra”.
Homofóbico, racista y misógino. También se refirió a una congresista como una mujer “tan fea que no valía la pena violarla”.
Sus despreciables y agresivas afirmaciones no intimidaron al voto brasileño: Bolsonaro se hizo del 46% de los sufragios cariocas, casi el doble de su contrincante más cercano, el izquierdista Fernando Haddad, quien apenas si arañaba el 30%.
Ubicado dentro del espectro político de la ultraderecha, la aparente victoria de Bolsonaro (encuestas y especialistas dan por hecho que arrasará con la segunda vuelta el próximo 28 de octubre) ha encendido los focos rojos de todos los grupos, homosexuales entre ellos, que suelen contrariar los valores afines defendidos por la derecha.
En mi imprudente paranoia anárquica, no dejo de especular: la escalada de la prejuiciosa derecha en distintos puntos del planeta, el Brexit, Trump, Bolsonaro, es un fenómeno que corre al mismo tiempo que la derechización de la homosexualidad, esa que abraza los convencionalismos fallidos que los bugas respiran en forma de contención honorable.
Pienso que alguna fracción del activismo gay empezó, quiero creer que involuntariamente, a coquetear con impulsos derechistas para combatir la marginalidad, la agresión o la homofobia, como cuando se discutía censurar el puto de los estadios de futbol, poner un bozal a toda declaración que se perciba como homofóbica. Seguimos sin querer descifrar, o confrontar, nuestra relación con la hegemonía buga; no tenemos los huevos de Derek Jarman, quien creía que la heterosexualidad era un grado de infelicidad o una faceta previa a la homosexualidad, como cita en El testamento de un santo, de 1992, haciendo del concepto de igualdad un instrumento de alienación moralina que retuerce la diferencia, hasta hace no mucho consigna homosexual que sabía abrirse paso bajo sus propios términos, sin necesidad de compararse con los heteros. Se podrá sugerir la censura en el bullicio buga con tal de no sentirnos ofendidos o como carne de cañón de la incitación al odio según dicen los defensores de esta teoría. Los heteros podrán morderse los labios, pero la homofobia seguirá cocinándose, probablemente el ardor crezca hasta salir expulsado de alguna forma, como dando su voto a personajes que no le temen al escarnio políticamente correcto y cuyas opiniones rebasen el desacuerdo para terminar haciendo campañas con descaradas consigas homofóbicas cuyo efecto, ahora sí, puede ser demoledor para nosotros. Por ahí algunos queers apelan a la autocomplaciencia huyendo de la batalla, pues defenderse es muy patriarcal, pero en mi caso, tengo el maldito privilegio masculino calentando con el costal, por si las dudas.
Bolsonaro es el claro ejemplo de lo volátil que es concebir la discriminación como un inconveniente de formas y apariencias con cierto desprecio a la convivencia con la otredad y no como entorpecimiento de la política pública que nos extirpa derechos u obligue a escoger entre un clóset y otro, como sucede en temas de vih o la conquista de la promiscuidad gay en los espacios públicos, cuando salen los grupos de gays conservadores a decirnos que la homosexualidad debe restringirse a las cuatro paredes si queremos hacernos del respeto cívico, algo similar a las declaraciones de Bolsonaro cuando en el programa de Preta Gil se le preguntó sobre la sodomía en parejas heterosexuales.
Twitter: @distorsiongay
Bolsonaro y la derechización gay
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Wenceslao Bruciaga
Monterrey /
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