El triunfo de Satanás en el olimpo

Monterrey /

Por cada tuit que escribimos hubo años de investigación científica. Según el libro de Katie Hafner y Mark Douglas “Where Wizards Stay Up Late: The Origins of the Internet”, los orígenes del internet se remontan a unos cuantos años antes de los orgasmos que provocaban las intensas paranoias de la Guerra Fría. Más o menos cuando la compañía Bell desarrolla un dispositivo de datos binarios en redes telefónicas que de algún modo sería el primer módem. Fundamental en las investigaciones del físico-matemático Joseph Carl Robnett Licklider en ciencia computacional que a pesar de las problemáticas frustraciones ante la secuencia de prueba y error. Licklider junto con decenas de otros científicos configuraron los algoritmos fundacionales de redes independientes ubicados en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, otra en el System Development Corporation de Santa Mónica de la Universidad de California y una más en el Proyecto Genie de la misma universidad, pero en el campus de Berkeley. En conjunto dieron forma al Arpanet, sucesor de la arquitectura de internet como la conocemos actualmente. Cierto es que la Arpanet empezó como un proyecto interno del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, es decir, pensado para la ingeniería militar. Pero como diría Karl Popper en su libro “Lógica y ética”, es precisamente en la crítica científica que cuestione absolutamente todos su desarrollo donde radica el flujo a la verdad.

Por su parte se cree que Twitter nació de un distraído error de la compañía de podcast Odeo que para 2004 comprimía archivos de audio que podían descargarse para después archivarse en dispositivos como las primeras generaciones de iPod, mp3 portátiles, entre otros.

La evolución llevó a que Elon Musk comprar a Twitter para renombrarla X. Vertedero de todo un linaje científico en el que en pleno 2024, usuarios escriban convencidos que la ceremonia de los Juegos Olímpicos de París 2024 fueron organizados por una secta satánica que quiere convertir a los católicos en gays u ociosos debates sobre los signos zodiacales de los jugadores y cómo eso afecta su rendimiento.

El futuro ha llegado tal y como lo imaginaba la banda de industrial dance KMFDM: sociedades adictas o sumisas a la invasión tecnológica, pero con las certezas puestas en conspiraciones ocultistas que se ajustan a los prejuicios de cada individuo sin importar el espectro. En el caso específico de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de París 2024, fue divertido ver lo parecido de los bandos aun después de los bombardeos digitales.

Quiero decir, así como hubo quienes teclearon hilos más largos que la letra completa del Himno Nacional escrito por González Bocanegra, sobre cómo los símbolos ocultos en las dragas, parodiando la Última Cena, habían sido diseñados por supuestas agrupaciones satánicas que planean comerse a todos los católicos y convertir en gays a los sobrevivientes como en la estupenda novela de Tom Sharpe, “Indecent Exposure”; hubo ciertos grupos de defensores de la diversidad acentuada en colores de la ceremonia que juraban había una sociedad secreta que pretendía poner candados a los penes para promover la castidad antes del matrimonio. Y que sus aliados eran las chicas tiktokers del clan de las TradWifes.

El mismo Popper en “Lógica y ética” aseguraba que estar abierto o dispuesto a la confrontación y la “crítica objetiva venga de quien venga” es una forma de llegar a la verdad en una sociedad abierta que apuesta por la tolerancia y el error de nuestras conclusiones.

Pues bien: lo de los candados para penes es una realidad. Los venden en la tienda Mr-S Leather, en la calle 8 en el South Market de San Francisco. Varios hombres los usaban en el domingo de DoreyAlley, una feria que celebra el fetiche por el cuero y el sexo en público. Y no es organizada por satánicos, sino por la comunidad leather desde 1984 como recordatorio que los espacios públicos son de todos. Tuve sexo con uno de esos batos con candados para penes o cockcages.

Vi la ceremonia por pedazos. Fue divertida y electrizante. Disfruté a borbotones. La provocación de la Última Cena con las mismas comisuras con la que la Iglesia católica nos condena a los sodomitas.

Después de la ironía empezaron a la circular las intimidaciones y las amenazas de muerte, sobre todo de parte de católicos que sintieron su fe mancillada por un libertinaje que no le tiene miedo al infierno.

Las encarnadas colisiones entre los extremos ideológicos provocados por los Juegos Olímpicos denotan una casi suicida ansiedad por aferrarse a verdades que den luz a un tiempo histórico, donde la humanidad se desdobla entre la realidad diluida por algoritmos y el narcisismo digital. Entre la validación de otros nicknames que ofrezcan gratificación espiritual según la cantidad de likes. Y siempre blandiendo la navaja defensiva frente a contraejemplos que pongan nuestras opiniones en posición falseable que al mismo tiempo permitan reconsiderar nuestras certezas.

Quizás esa división sea el verdadero triunfo del diablo.

  • Wenceslao Bruciaga

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