Heterofobia

Monterrey /

Imagino al tropel de la liga de la mojigatería, aka ConFamiliaMx, la madrugada del 27 de mayo, que baja del auto en el segundo piso que cubre el Eje 5 en su cruce con la avenida Revolución, lo suficientemente listillos como para usar ropa oscura quiero pensar, y a velocidad de eyaculación precoz extender la manta, atarla de una de las costados, volver al vehículo que nunca detuvo la marcha y desaparecer del lugar de los hechos como si siguieran al pie de la letra un guión escrito por el director Todd Solondz: la escena me recuerda a los personajes de facciones poco agraciadas, torpes socialmente y de convicciones conservadoras extremas que habitan sus misántropas películas. Apuesto mi discografía de Víctor Iturbe El Pirulí que es lo más vandálico que han hecho, y harán, en su vida. El orgullo conservador y la adrenalina debe seguir electrificándolos.

La manta decretaba el 27 de mayo como “El día internacional contra la heterofobia”, exigiendo que “no se pervierta a los niños con la agenda Lgbttttiq”.

No voy a mentir: las tetas me provocan ataques de pánico, más cuando me las topo a punto de explotar en el corpiño de una edecán con plataformas blancas que a huevo quiere ensartarme esa marca de cerveza que me caga por las agruras que me provoca. Tampoco hago zarzuelas histéricas para que me dejan en paz. O intento censurar sus falsos coqueteos. Me vería muy estúpido diciéndole que venda sus cervezas adentro de un cuarto, pues “no tengo por qué estar viendo sus cosas”. Pero el mundo es normalmente hetero y asume que caeré en el anzuelo de la minifalda porque así funcionan las cosas. Pero no me considero heterofóbico. A excepción del porno buga. Eso sí que despierta en mí una desagradable repulsión, cuya saña deber ser parecida a la heterofobia que tanto les preocupa a los beatos de ConFamiliaMx. No es lo mío. Antes de la llegada de las pantallas planas, ir a los moteles implicaba echar pasión con La usurpadora o Marimar de fondo, pues los canales para adultos solo transmitían gemidos sobreactuados de los clones de Pamela Anderson. Quizás por eso Thalía figura entre los iconos gays mexicanos a los que más se le reza. Por fortuna me gusta el soccer, con la malicia suficiente, puede hacer de paliativo erótico a falta de porno gay. Yo puedo con los insultos callejeros. La verdadera intolerancia radica en esos cuartos de moteles que no incluyen porno gay en sus canales. Qué desconsideración. Pero las máquinas no discriminan y ahora puedes precargar una USB con tus porquerías y asunto arreglado.

No sé qué tan pervertido es lo que acabo de contar. Pero es lo que he sido y lo que soy. Lo que me hace homosexual. Cuando se sale del clóset hay hacerlo con todo, virtud y vicios escandalosos, sin escrúpulos frente a la mirada buga. Ya bastante hemos tenido con sus armarios que construyeron sin preguntarnos como para andarnos con consideraciones.

Hasta hace no mucho, reconocerse como gay implicaba asumir una rebeldía desbordada de sexualidad latente que incomodaba a la mayoría de los bugas acostumbrados a esconder el placer como maniobra de sobrevivencia moral. El exhibicionismo del que tanto se nos acusa fue muestra de que la sexualidad normal, acaso la reproductiva, era un límite opresivo, artificioso, asfixiante, pero sobre todo aburrido: “Lo que llamamos ‘normalidad’ es más bien acomodo, manipulación o inocencia en la tradición cultural”, dice Guillermo Fadanelli en su libro Meditaciones desde el subsuelo.

Pero de repente, a los homosexuales empezó a atormentarnos la posibilidad de la anormalidad como parte de nuestra identidad, sobre todo desde que la igualdad de derechos se convirtió en obsesión comunal. Después de todo, el matrimonio es capital hetero, hacerlo igualitario no nos empodera porque el rasero lo ponen los bugas, por eso emulamos sus ritos de iniciación a la monogamia y los convencionalismos hogareños que tanto sentido le dan a la normalidad. Invertimos mucho tiempo queriendo convencernos de que somos tan normales que se nos olvidó ser homosexuales y mientras tanto, la derecha fue estudiando nuestras ansiedades. De algún modo, su pendejada de la heterofobia es un intento por apropiarse de la victimización gay que por mucho tiempo nos produjo consolación y serotonina, pero nunca cambios drásticos, ya no digamos pacifistas.

Me queda claro que a los de ConFamiliaMx les aterra nuestra capacidad de perversión. No me extraña, cuando la familia nos destierra, nos corren de los trabajos o nos humillan en la calle no es por la simple identidad homosexual, sino por el peligro que le suponemos a su normalidad, asociado con el ejercicio de la sexualidad disidente y que para muchos es una perversión. Si vuelvo a pensar en Fadanelli cuando añade: “Lo anormal es vida y movimiento inesperado, sorpresa y estímulo, misterio y fuga, rebelión vitalista y desconcierto para el tirano (en cualquiera de sus grados y acepciones)” me queda claro que es justo nuestra perversión la que nos defenderá de la tiranía de esa sociedad alienada a sus propios prejuicios que llevados al fanatismo generan odio, dolor y muerte.


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  • Wenceslao Bruciaga