La noticia de una bandera

Monterrey /

En los ratos de ocio me pregunto cómo será el ambiente en el brutalista edificio del Infonavit en Barranca del Muerto después del incidente con la bandera del arcoíris. Si algo aprendí es que las oficinas suelen ser un infierno kafkiano. Incluso aquellas que supuestamente sublevan la inercia de la rutina con gigantescas esferas de plástico en lugar de sillas giratorias frente al escritorio (si es que hay presupuesto para sillas giratorias), y colocan videojuegos y mesas de pinball frente a los microondas para hacer de la hora del lonche un momento lúdico, fomentan una subliminal burocracia en la que la babeante competencia es un requisito de sobrevivencia. Por ejemplo, las historias de terrorismo laboral al interior de las ultracontemporáneas oficinas de Apple en Cupertino California deja a cualquier película gore como cuento de Disney. Todos puede ser el enemigo en un campo de batalla donde los chismes son balas y las traiciones granadas escondidas en el último cajón del archivero. Sobre todo en circunstancias no sindicalizadas.

Por eso, el caso del director del sindicato de trabajadores del Infonavit desgarrando la bandera de arcoíris fue un bocado de contradictoria realidad en pleno mes del orgullo en la capital mexicana. Las cámaras de algunos dispositivos celulares captaron el momento. La televisión lo machacó y fue lo que retransmitieron a nivel internacional. Lo que vieron y vimos en la pantalla plana de la barra del bar cerca del Eastern Market de Detroit. Fox News había retomado la noticia. ¿En México no quieren a los gays? Me preguntó la chica de la barra y unos compañeros suyos sentado al lado mío. Para esas alturas ya se habían enterado que yo era mexicano.

Difícil explicar las imágenes. Incluso a mí mismo. Los arcoíris en los pasos peatonales me parecen un discurso decorativo que nada aporta a la conversación urbana sobre diversidad sexual. Además que los peores bares gays son los que se encuentran cerca de esa cebras multicolores, en San Francisco, Zona Rosa o Mazatlán. Pero una bandera de arcoíris colgando del concreto de un edificio público representa un símbolo de apoyo para muchos homosexuales que a menudo se enfrentan con una rutina de hostilidad rodeada de fotocopiadoras que con el tiempo se convierte en otro infierno. Uno más pequeño, pero concentrado y sutil. Como residuos de café en la taza junto a la computadora.

Según el pronunciamiento del director antes mencionado (mesurado, leí en un tuit), la bandera del arcoíris cometía una especie de ilegalidad al no apegarse a unas reglas nacionalistas. Lo peor fue compararnos con los farsantes de Las Águilas del América. En cualquier caso, bastaba con quitarla. Destruirla rasgándola por la mitad tenía un motor de odio. “Esos hombres en verdad están enojados”, me dijo la chica del bar en Detroit.

Como Public Enemy, el dúo de hip hop neoyorquino que acusaba a Elvis Presley de fascista blanco, creo que el desorden social funciona lo mismo que el estruendo de un ladrillo estrellándose contra el vidrio de un aparador para que el descontento de una minoría no se pierda en el ruido de la indiferencia. Los grafitis en las oficinas del sindicato probaron que los homosexuales y otras diversidades ya no se dejan intimidar por las fanfarronerías de un líder sindical que seguramente tiene una foto de Luis Echeverría en lugar de algún santo.

No obstante muchos gays, en su infinito pavor a la pobreza, empezaron a denostar a los miembros del sindicato desde un progresismo que escondía un tufo de superioridad económica. Tampoco puede acusarse a la ligera si quienes participaron en la destrucción lo hacían por convicción sindicalista o bajo presión de intimidaciones escondidas en verborrea gubernamental. Así como tampoco se puede ignorar el hecho de que la homofobia no es exclusiva de un determinado estatus social. Aunque muchos de los que redujeron a los sindicalizados de homofóbicos de quinta, son activistas incapaces de llevar sus discursos fuera del circuito de la zona rosa y alrededores.

Los sindicatos son vulnerables a muchos entrampados de corrupción, pero ante los abusos patronales son necesarios. Y crear asociaciones inútiles como sindicalizados igual a homofobia, es un acto riesgoso que desdibuja la de por sí irreconocible definición de progresismo o izquierda. Por ejemplo, para los histéricamente conservadores de Fox News, pareciera que las instituciones capitalinas no quieren a los gays. Y las chicas del bar gay por poco se tragan el cuento. Les sugerí cambiar de canal, pero al parecer no fue tan importante para las otras cadenas.

  • Wenceslao Bruciaga

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