No queda del todo claro las intenciones del popular escritor (dicho esto como perspicaz halago) de estirar una de las historias que concretó la impasibilidad del ánimo y el hedonismo hiperrealista de la generación X con el lanzamiento de dos segundas partes y una precuela: ¿la adicción a repetir el éxito de un impacto cultural como quien muere por otro arponazo de heroína? ¿O la literaria obsesión de seguir manipulando el destino de sus personajes?
Prefiero decantarme por lo segundo. Pues como suele suceder con los títulos evolucionados a himnos generacionales, emular la agitación del fenómeno cultural es imposible. Solo queda el enamoramiento platónico a sus amigos imaginarios condenados, sin embargo, a una realidad desesperadamente cruda.
Como la celestial canción de Faithless, “God is a DJ”, imagino a Welsh al frente de una consola de tornamesas Technics en una nube gris sobre las callejuelas de Edimburgo mezclando los caminos de sus antihéroes consentidos: Spud, Begbie, el cínicamente lúcido Sick Boy y por supuesto su hijo favorito Mark Renton. Scratcheándolos a través de malas decisiones, venganzas y arranques de violencia para combatir la apatía.
“Señalado por la muerte” supone las últimas andanzas de los heroinómanos de Leith ya cincuentones: Renton se ha convertido en representante de DJ; Sick Boy continúa en el negocio de las chicas prepago con servicios de scort; Spud es un sin techo que duerme en las calles en compañía de su perro Toto y Begbie ha cambiado la ultraviolencia por el millonario éxito de ser uno de los artistas contemporáneos más celebrados del 2015. Todo esto mientras los postes de luz de Edimburgo se tapizan de carteles a favor y el contra del Brexit que proponía la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Todos los personajes e incluso las voces omnipresentes, sin embargo, mantienen un silencio sobrenatural frente al plebiscito que consideraría la independencia de Escocia. Por cierto, la transformación de Begbie le ha valido su propia novela, “El artista de la cuchilla” (2021), una suerte de spin-off.
Tras la presentación de nuevos personajes que se sienten como cameos apresurados, el ex policía alcohólico, las nuevas mujeres que solapan a los machotes que no muestran señal de construir su masculinidad tóxica y un viaje de DMT ilustrado en viñetas de cómic, la novela se siente como una carta de despedida a los lectores y al infernalmente adorado Edimburgo con el que Welsh mantiene una relación de maltrato emocional. En “Señalado por la muerte” convergen personajes de otras novelas de Welsh, como la pandilla de “Glue”, la novela de 2001, entre otros títulos.
Por lo demás es un trabajo literario predeciblemente Welshiano: litros de cerveza, Escocia como el epicentro de la desigualdad social, soccer, los Hibs en su mejor momento, tornamesas, DJ de 58 años que ven gruñones como las nuevas generaciones hacen mezclas con USB y playlists de Spotify. Y ese trepidante slang escocés que no se acobarda frente a la corrección política de los tiempos que corren. La misoginia, la vulgaridad explícita, el racismo y la homofobia que por una u otra retorcida razón llega a ser excitante se mantienen intactas y veloces como dientes rechinando de tanta cocaína.
Devoré las casi 500 páginas con nudos en la garganta. Quizás porque como los cuatro de Leith, también me encorvo en la medida que me hago viejo mientras las metidas de pata son las que al final pavimentan eso que llaman destino. Y en efecto empiezo a sentirme cansado como para enderezar el rumbo.
Porque a diferencia de “Porno” (2002), que eran las aventuras alrededor de hacerse cargo de las consecuencias de las decisiones, desastrosas, en su mayoría, “Señalado por la muerte” o “Dead Men’s Troussers” en su título original es ante todo el escrutinio de la vejez. Sin piedad, como todo en la pluma de Welsh. “Pensé que hacerse mayor facilitaría las cosas… Y una mierda”, piensa Mark Renton rumbo al funeral de uno de los protagonistas.
Un cruel testamento en donde se manifiesta que las personas no cambiarán sus defectos por mucho que el autoengaño ofrezca ráfagas de estima, empatía y falsa seguridad holística. Los antihéroes de Leith a punto de caminar con bastón siguen siendo los mismos desgraciados de hace casi 30 años o 40 si tomamos en cuenta “Skagboys”, la precuela.
Lo que bien podría ser la tetralogía de la heroína de Welsh es un ensayo pesimista sobre el costo de vivir insertado en los renglones sociales y sus supuestos valores tan codiciados. Las grietas de la amistad por donde se cuelan resentimientos, envidias y ambición; la manipulación en el amor más entregado, la insatisfacción escondida tras la máscara de la estabilidad familiar y el placer como salvación única. No dejo de pensar que los escasos momentos de amistad en “Trainspotting” se hallan en la sordidez de la adicción. Una vez rehabilitado como ciudadano funcional para la sociedad, lo primero que hace Renton es chingarse los billetes de sus compañeros producto del trato con un narco. Listo para escoger todas esas opciones de la lista del supermercado existencial con la que empieza la cinta de Danny Boyle al ritmo de “Lust for life” de Iggy Pop. Apoteótico recordatorio de que el sistema capitalista y el orden mundial siempre ganan. Por cierto, “Señalado por la muerte” es el libro menos musical de la saga.
Aun así, y como la última secuencia de la película dirigida por Danny Boyle en 1996, el categórico final de “Señalado por la muerte”, novela que cierra la muy probablemente involuntaria saga de “Trainspotting, se extiende como puente de esperanza hecho de ladrillos de traiciones inevitables y fajos de billetes. Pero ojo: solo para los listos, que además de millonarios terminan con la redención manchada de sangre seca en algún compartimiento de su costosa bolsa deportiva hecha de cuero y doble hebilla. Al parecer Irvine Welsh odia a los tontos. Tanto que los obliga a pagar las consecuencias de sus pendejadas retorciéndose en un charco de sus propias tripas embarradas por el suelo.
Con “Trainspotting”, Welsh encaró a toda una generación a una realidad bruta sin salida y las cosas no han cambiado desde entonces.
Escoge un final. Listo. La generación X puede morir de un pasón y en paz.
Gracias, Irvine Welsh.