Las Vegas, Nevada. 10 de julio de 2021.
Bajo del tranvía y ante mí se alza, imponente, el T-Mobile Arena de Las Vegas, Nevada.
Cruzo la calle desde Park MGM para alcanzar el pabellón que ha albergado a las más grandes figuras de los deportes de combate.
–Estoy en la capital mundial de las peleas– es el pensamiento que invita a emocionarse y sonreír.
Las pantallas de la arena me reciben con el anuncio de la función estelar de UFC 264: Conor McGregor vs Dustin Poirier III.
Este escenario, sede de varios combates épicos, está próximo a inscribir el nombre de Irene Aldana, mujer mexicana, en su registro de insignes gladiadores.
Ocurrió en 2012. Por primera vez, una función de Artes Marciales Mixtas en México incluyó una pelea entre mujeres.
Yo encabezaba la cartelera organizada por Xtreme Kombat, la promotora más importante del país en aquel entonces.
Sabía de la enorme responsabilidad que pesaba sobre mis hombros. Mi deseo de sobresalir era solo una parte de la carga. La otra era la aspiración de todas las peleadoras que buscaban adentrase en un mundo que les cerraba las puertas del octágono por pertenecer al “sexo débil”.
Cabe mencionar que en esos días las MMA eran estigmatizadas, no cabían en cualquier sitio, ni siquiera se les consideraba un deporte, pertenecían a los terrenos del tabú.
Apenas comenzaban a ganar terreno en Estados Unidos. En su vertiginoso progreso mucho influyó el éxito de The Ultimate Fighter Championship (UFC).
Decía que allá por 2012, en suelo mexicano, para una peleadora era impensable meterse a una jaula a combatir.
Detrás de la negativa a permitirlo solo había una razón, tan injusta como discriminatoria: haber nacido con dos cromosomas sexuales X.
Antes de que las amazonas entraran por la puerta principal a las carteleras de UFC, muchas apasionadas de este violento deporte crecimos viendo las peleas de la promotora californiana Strikeforce.
Gina Carano, Cris Cyborg, Sarah Kaufman y Miesha Tate (por mencionar algunos nombres ilustres) eran nuestros modelos a seguir.
Verlas aplicadas a la destrucción de sus rivales era suficiente para soñar que, algún día, muchas mujeres con deseos de batalla íbamos a poder entrar a la jaula, demostrar nuestra fortaleza y salir con el brazo en alto entre vítores del público.
No estábamos equivocadas.
La llegada de Ronda Rousey a UFC tuvo un impacto sin precedentes a nivel mundial.
El MMA femenil se había hecho realidad.
En México, Xtreme Kombat hizo eco de la irrupción de las amazonas en el octágono.
Organizó dos cuadrangulares para definir a sus primeras campeonas.
Las carteleras de la XK consiguieron reunir a las mejores exponentes del MMA femenil nacional en las categorías de 125 y 135 libras de peso.
Formé parte de esa selección de combatientes. De hecho, mi primer rival era Irene.
Tristemente, una lesión me impidió participar en las eliminatorias.
No obstante, aquella noche toda la comunidad dentro del deporte recordaría el nombre de las primeras dueñas de títulos de Artes Marciales Mixtas en México: Irene Aldana y Alexa Grasso.
Mi retiro forzado de las lides no me alejó de esta pasión. Al contrario, he seguido más que pendiente, atenta a la forma en que algunos combatientes agrandan sus leyendas y a la irrupción de nuevas figuras.
Por eso, fue grato atestiguar, tantos años después de mi frustrado enfrentamiento con ella, otra victoria enorme de Irene.
Su triunfo ya era resonante aún antes de subir al octágono. Compartir cartelera con una leyenda como McGregor.
Mi piel se eriza al hilvanar los hitos en la carrera de Irene y lo que su trayectoria representa no sólo para todas las peleadoras mexicanas, sino para las MMA en nuestro país.
En 2013, cuando se coronó campeona de Xtreme Kombat, el Deportivo Benito Juárez se convirtió en un templo que coreaba al unísono su nombre.
Ocho años después, en la velada de UFC 264, escuchaba otra vez al público reconocer la grandeza de Irene, sólo que en esta ocasión en un escenario ilustre de la capital mundial de las peleas.
Ocho años atrás, atestigüé el triunfo de una joven sinalonense que empezaba a darse a conocer.
El 10 de julio pasado, fui testigo de otro momento dulce, el triunfo por nocaut de Irene frente a la rusa Yana Kunitskaya, la misma noche en que Poirier y McGregor escribieron el tercer capítulo de su rivalidad.
Si en el 2012 alguien hubiera dicho que en menos de una década una mexicana estaría combatiendo en Las Vegas junto a leyendas de las MMA, nadie lo habría creído.
Debo reconocer que se habría dado un trato similar a quien hubiera dicho que en pocos años tendríamos un campeón de UFC nacido en México. Y ahí está Brandon Moreno.
Esta noche la capital del pecado arde. Es un pequeño infierno que alcanza los 47 grados centígrados de temperatura.
Camino por el Strip de Las Vegas (un alargado oasis en medio del desierto). Siento que las luces, tan intensas, me difuminan. Me instaló a las afueras del Caesars Palace. Todo parece transcurrir en cámara lenta.
Veo a personas que se acercan para tomarse fotos con Irene. Antes o después de la captura la felicitan por su contundente actuación. Francisco Grasso, coach de la sinaloense, destapa una botella de champaña. La espuma alcanza el suelo entre risas de Irene y su equipo, que brindan por la victoria. Al festejo se une el peleador Tai Tuivasa, que también lleva consigo la alegría de haber conseguido un nocaut masivo en la misma función. Ríen, hacen bromas, brindan. La alegría será muy corta. A la vuelta de la noche está continuar en la persecución del objetivo: convertirse en la primera campeona mexicana en la historia de UFC.
Twitter: @WenArellano