En el Palacio de Iturbide, hoy Palacio de Cultura CitiBanamex en la Ciudad de México, se presenta, desde el pasado mes de noviembre, una de las muestras antológicas más completas que se hayan organizado de la fotógrafa mexicana Graciela Iturbide, Cuando habla la luz. Aunque la museografía es del todo tradicional (¿podría ser de otra manera?) con la obra de Iturbide se colman dos pisos del inmueble, que por cierto se mantiene en inmejorables condiciones, y es más que digno marco para la exhibición de 47 años (1972-2017) de trabajo ininterrumpido de esta gran mujer. Se suma así a la serie de actividades que Fomento Cultural Banamex lleva a cabo con respecto a la fotografía desde hace más de dos décadas.
Creo que de entre las diversas manifestaciones visuales, la fotografía es la más difícil, la más complicada, la que más cuesta trabajo aprender a apreciar, una de las consecuencias que traen consigo los millones de fotografías en las que nos hundimos diariamente, de la facilidad con que hoy día se generan imágenes de origen fotográfico, y de la terca cualidad que tienen para hacerse pasar por dobles de la realidad visual. En un principio pensaba que quizás este fuera un (de)efecto generacional, pero ahora que he visto esta exposición acompañado por escolares de diversos grados y jóvenes en general, veo que ellos también expresan, de diversas maneras, la misma dificultad.
¿Qué hace que el trabajo de Iturbide sea más apreciado que esos otros millones de imágenes existentes? Más simple, ¿por qué decimos que son buenas sus fotografías? Esta última pregunta es pertinente toda vez que en ellas vemos, valga la redundancia, lo que siempre vemos, plantas, perros, pájaros, mujeres, niños, cosas, objetos, paisajes, muros, sombras, etcétera. ¿Qué le dices a unos chicos de 14-16 años cuando están frente a una de las fotografías de Iturbide, digamos la de la juchiteca que aprieta el paso para llegar a un mitin político mientras el viento quiere arrancarle el rebozo que lleva en la cabeza?, ¿no es acaso una escena que quizás ya han visto anteriormente y en “vivo”? Escojo esta fotografía, por ser una de las más conocidas de Graciela, pero igualmente por ser, según yo, más fácil de explicar por qué es una extraordinaria imagen, pero imaginemos la misma situación contemplando una fotografía que nos muestre únicamente una parvada en pleno vuelo, ¿qué decir en ese caso, cuando se trata de una imagen indisociable de la experiencia visual de la mayoría de las personas, de aquí y de cualquier otra parte del mundo?
Aunque para muchos sea obvio, aclaro que estoy empleando esta exposición para tratar un tema y un cuestionamiento que no es suyo en exclusiva, sino de la fotografía y el arte en general, si me valgo de estas piezas es, ya lo he dicho, por la fama de Iturbide, y porque me parece que son un excelente ejemplo de qué es lo que hace destacable una imagen fotográfica, de ella –de Graciela– como de cualquier otro.
Una fotografía es, como todo tipo de práctica simbólica, una re-presentación, o sea una nueva presentación de algo, quizás ya conocido, quizás no, pero realizada por medio de otro lenguaje, el de la pintura, el de la poesía, el de la música, el de la fotografía. Cuando miramos una fotografía como la que he descrito de la joven marchando, no es que nunca antes hayamos visto esa escena o una similar, más lo que ahí vemos es cómo Iturbide ha querido volver a presentarnos esa experiencia, pero ahora tal cual ella la vivió en ese momento y espacio, en ese caminar exacto, justo cuando la voltea a ver, al detener el rebozo que la protege de la resolana, con el vuelo preciso de la falda, tiempo y espacio que serán irrepetibles. Así pues, entre mi experiencia y la que me comparte la fotógrafaa través de su trabajo, mi concepción del mudo, de la vida, de la naturaleza, de los demás, de mi comunidad, se ven sustancialmente enriquecidas. ¿Habrá un mejor motivo para agradecer?
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