“Y usted, ¿cómo lidia con la página en blanco? La pregunta es artera y peliaguda, por cuanto cita a aquel enemigo invisible que a diario nos humilla impunemente. No importa a cuántas de ellas podamos derrotar, siempre está la siguiente, esperando a emboscarnos, hacer mofa de nuestros titubeos y celebrar en mustio silencio nuestra retirada.
Las páginas en blanco ya no son como antes. Cuando eran simplemente de papel bastaba con un par de frases tachonadas para acabar con su perfecta blancura, sólo que a la pantalla no hay modo de engañarla. Para colmo, el procesador me mantiene informado sobre el número de palabras que he escrito desde que me senté a parir estos párrafos. Cierto es que al comenzar, con la cabeza más o menos hueca, o en todo caso llena de otras cosas, me da por disparar líneas inútiles. Ideas inconexas, chistes privados, versitos idiotas, frases soeces, cualquier cosa con tal de distraerme del problema central: tengo delante una página en blanco y en realidad no sé qué hacer con ella.
No es un problema raro, en realidad. A todos, desde niños, la escritura se esmera en humillarnos. Si no recuerdo mal, la página en blanco ya me hacía sufrir cuando los ejercicios de caligrafía. Es, desde entonces, más grande que yo, pero seguido me le pongo al brinco. Pocos placeres hay tan dulces y reconfortantes como el de retacarla de párrafos (emborronados, para que se eduque), por más que sepa uno que ganará al final, porque de otra manera se acabaría el juego. Ahora bien, hay de blancos a blancos. Ningún vacío me tortura tanto como el de la pantalla del correo electrónico. He llegado a pasar más de una hora redactando un maldito e-mail de cinco líneas. Francamente, prefiero que se enojen porque no les contesto.
Quienes nos dedicamos a escribir vamos por la vida con la infundada fama de saber entendérnoslas con la página en blanco. Por eso nos invitan a la FIL, pues desde que este viejo enemigo nos es común a casi todos los mortales, no faltan quienes quieran enterarse cómo hizo este o aquella masoquista para pelear al tú por tú con él y ganarle las bastantes batallas para acabar un libro. La insondable verdad es que no lo sabemos. Ya sea sobre el papel o la pantalla, libramos esta guerra contra nosotros mismos, puesto que nada más nos ven con la pluma en la mano o el teclado delante, nuestros monstruos se alínean a la carrera con el enemigo. Explica uno más tarde lo que puede, pero en el fondo queda la impresión de que todo a ocurrido por obra de un milagro. Nos ha pasado un tren rodando por encima y de pronto resulta que seguimos vivos, cuando menos hasta que pase el próximo.
Una página en blanco guarda en sí todas las posibilidades del cosmos. ¿Quién me dice que elijo ya no la mejor, sino siquiera una que valga la pena? Nadie, claro. De modo que la fórmula es sencilla: saltamos al vacío, y luego a ver qué pasa.