De todos los días del calendario, solamente los últimos de noviembre y los primeros de diciembre están marcados desde el primero de enero. Equivalen al último día del curso escolar, y aunque muchos no estamos todavía listos para las vacaciones reina un curioso ambiente de buena voluntad. Da gusto saludar y abrazar a personas que a lo largo del año no necesariamente extrañaremos, así como treparse a la burbuja donde los libros son todo en la vida y ésta transcurre en un cuarto de hotel, cuyo lobby además es una interminable fiesta literaria.
A veces, de paseo por la FIL, me da por recordar los años en que anduve cazando autógrafos. Si fuera esa mi meta en estos días, empezaría por desayunar en el Hilton. Luego recorrería los vestíbulos de cada uno de los hoteles cercanos, donde suelen hacerse las entrevistas. Me quedaría entonces la tarde completa para entrar a una y otra presentación, con mis libros firmados desde temprano. Ahora bien, no son pocas las parejas que se han conocido en una fila de la FIL. Quiero decir que así encontré a la mía y he oído ya a decenas de personas que cuentan una historia similar. La gente va contenta a comprar libros, pasan cosas en esas circunstancias y la especie termina por multiplicarse.
Trabajar en la FIL no es la mejor manera de conocerla. Ha habido incluso años en los que nunca tuve una hora libre para hacer el shopping. Todo ocurre vertiginosamente, da la impresión de que el día y la noche son apenas dos ratos tempestuosos que, como los cupones de una kermés, apenas sabes en qué se te fueron. Según dice el reloj que lleva cuenta exacta de mis pasos, camino diariamente más de diez mil; lo cierto es que no sé de dónde a dónde.
Se consuman a veces grandes logros. Este año, por ejemplo, descubrí que mi agente literaria es esclava del mismo videojuego que yo, y como yo ha pasado del nivel 3400 del Toon Blast, solo que esta semana ni para eso nos ha alcanzado el tiempo. Traje asimismo un par de libros de los cuales pensaba leer siquiera algunas páginas, y ese es otro quehacer que en estos días se complica mucho. Diría lo mismo del caso de la escritura, si esta columna no me desmintiera. Somos así, los mártires de la FIL: nos da el frío del tamaño de la cobija.
Ya se respira el aire de fin de fiesta, los turistas de siempre retoman el control de los elevadores y se diría que aquí no pasó nada. Si antes se quejó uno del trajín de la FIL, ahora toca quejarse por el hondo vacío existencial que a uno le deja al cabo la ausencia de la FIL. Detesto, aquí entre nos, la segunda semana de diciembre, durante cuyo lento y pantanoso transcurso no atino a hallar mi lugar en el mundo. Sueño en presentaciones, lobbies, filas, fiestas, despierto presa de una agitación que se diluye en medio de la nada. Se sufre mucho, pues, pero alguien ha de hacerlo.
ÁSS